Brecht sin Brecht
La buena persona de Sezuan de Bertolt Brecht. Noche en un parque público. Primer encuentro entre Sun, el aviador sin avión, y Shen-Te, la prostituta transformada en ángel de los suburbios por obra y gracia de tres dioses en busca de un poco de bondad. Ella (Clara Segura) ha logrado que él (Joan Carreras) se olvide de su propósito de suicidarse. El principio de una historia de amor. En la sala principal del TNC desaparece la inhóspita distancia cuando Segura y Carreras crean un milagro de intimidad con la poética brechtiana, la delicadeza por el detalle de la dirección de Oriol Broggi y la suma de sus propios grandes talentos interpretativos. Instante memorable.
Fugaz espejismo de una posible comunión entre el director y el autor. Lo que para Brecht es un receso para Broggi es el todo para una dramaturgia que parece una preciosista deconstrucción del teatro brechtiano y sus mandamientos. Una propuesta que busca y persigue la identificación con el sufrimiento de las criaturas de esta irónica fábula sobre el triunfo de un sistema depredador sobre la ética individual. Todo es vínculo y cuando se introducen efectos de ruptura se hacen de la forma más suave y distorsionada. Ejemplo: el uso de la música. Brecht introduce canciones para expulsar a los intérpretes de sus personajes y subrayar el mensaje panfletario. Como La canción del octavo elefante. Un tema de la escena octava sobre la traición de clase y la explotación de los trabajadores de la fábrica de tabaco que Broggi recicla en otra escena como entretenimiento cabaretero para una boda. Además, inunda el montaje de la música agradable de Joan Garriga y su cadencia de cumbia. Un musical inesperado sin las aristas sociales de Street Scene de Weill o el paroxismo melodramático –con bata fabril– de Bailando en la oscuridad de Lars von Trier.
Broggi se ha abrazado a la seda de la fábula para explotar su propio universo de delicadas ensoñaciones milenarias. No está escrito que sea obligado comulgar con el teatro de Brecht en el siglo XXI, y mucho menos sin una perspectiva crítica. Pero si se resucita a la momia –acontecimiento en extremo raro en nuestros escenarios– debe haber una poderosa motivación para sacarlo de la tumba. ¿Quizá darle nuevo aliento al viejo cuerpo? Sus dogmas puede que estén obsoletos, pero no su capacidad crítica, su rabia, su insolente fracaso como oráculo, su ironía expresionista alimentada por la parte más oscura de la humanidad. Un bagaje perfectamente defendible con recursos y lecturas contemporáneas. ¿O no nos queda rabia y desazón que gritar? En cualquier caso, desnaturalizarlo –aunque haya quedado bonito y luzcan los intérpretes– no es la opción.