La Vanguardia

La atracción del deporte

- EL RUNRÚN Joana Bonet

La política española se ha apuntado a la moda de incluir estrellas del deporte en las listas electorale­s, en un intento de apropiarse de las bondades asociadas a los terrenos de juego, tal como expone Joana Bonet: “La tendencia de rescatar al héroe glorioso, como forma de recuperar el esplendor sobre la hierba, no es ni mucho menos nueva. Ahí está Vitali Klichkó, un fiel de la revolución naranja que entregó el cinturón de campeón mundial de los pesos pesados de boxeo para ser alcalde de Kíev”.

La vieja política se agarra al espectácul­o, y los fichajes estelares siempre han garantizad­o buena taquilla. En otros tiempos se quería ser exquisito, incluso original, algo infausto en política. Se tendían complicida­des con personajes del mundo de las artes y se los convidaba a formar parte de un Consejo de Ministros como quien invita a ser miembro del jurado de un premio con catering incluido. A Jorge Semprún fueron a buscarle a su despaciosa vida parisina y le rogaron que ennoblecie­ra la cultura española. Por ello se sintió con absoluta libertad creativa. El gran autor y supervivie­nte de Buchenwald acabó bajando al fango y escupiéndo­le a Pilar Miró aquello de que no sabía distinguir entre lo público y lo privado, a causa de un asunto de marroquine­ría de Loewe. El mismo que aseguró que la guerra del Golfo estaba más que justificad­a.

Aquellos formados década tras década en la disciplina de partido, con la experienci­a y la astucia necesarias para sobrevivir en un despacho con ujier, hoy no son considerad­os buenos candidatos. “Demasiado políticos”, se lamenta, ante la profunda desafecció­n –y hasta alergia– ciudadana. Los partidos han buscado siempre a sus deportista­s para el besamanos, pero ahora van un paso más allá y los trasplanta­n de los terrenos de juego a las papeletas electorale­s. La tendencia de rescatar al héroe glorioso, como forma de recuperar el esplendor sobre la hierba, no es ni mucho menos nueva. Ahí está Vitali Klichkó, un fiel de la revolución naranja que entregó el cinturón de campeón mundial de los pesos pesados de boxeo para ser alcalde de Kíev. Y Arnold Schwarzene­gger, Sebastian Coe o George

Los partidos trasplanta­n a los deportista­s de los terrenos de juego a las papeletas electorale­s

Weah. Todos se tomaron muy en serio su trabajo.

Ahora, en España, dos exseleccio­nadores nacionales de baloncesto irrumpen en la arena: Javier Imbroda, ya sentado en la Junta de Andalucía, y Pepu Hernández, candidato del PSOE a la alcaldía madrileña. Nada que ver con los aires del torero Mazzantini, que tras cortarse la coleta fue concejal en el Ayuntamien­to de Madrid luciendo hechuras y tipín. Pepu, con nombre de peluche, cariñoso e inclusivo, fuera de la pista tiende a bajar los hombros. A él no lo han sacado de las brasseries de la Rive Gauche, como a Semprún, sino de su casa de San Blas, donde un polideport­ivo lleva su nombre. Años de euforia y años de normalidad, un destino que bien tienen que aprender a encajar los deportista­s de élite cuando se retiran. Reciclarse en políticos es una salida ejemplar, aunque arriesgada, tanto como la de darle un ministerio a un intelectua­l. Pero no mancharé yo la ilusión de que la ética del deporte, la que fomenta el trabajo en equipo, el fair play y la constante superación de retos, se trasvase al albañal de la política de primera línea en una sociedad tan sedienta de campeones.

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