May asegura que no pondrá en peligro la paz del Ulster
Dice que bajo ninguna circunstancia habrá una frontera dura
Theresa May es como la princesa Sherezade. Condenada a muerte por el sultán (en este caso el Partido Conservador) cuando perdió la mayoría absoluta en las elecciones, para seguir viva tiene que continuar durante mil y una noches la narración de su cuento del Brexit. ¡Y vaya que lo hace, aunque sea desdiciéndose a sí misma, tomando nuevos derroteros, explicando una historia a unos y otra a otros! Ha llevado a extremos insospechados aquello de donde dijo digo, digo Diego.
Su visita de ayer a Belfast puso a prueba las dotes narrativas de Sherezade May, porque se encontró con una audiencia de intereses muy diversos y contradictorios: los fanáticos ultraconservadores del DUP (sus socios informales de coalición) que se niegan a cualquier concesión en el tema del backstop (salvaguarda irlandesa), los unionistas más moderados del UUP que jugaron un papel decisivo en los acuerdos del Viernes Santo, los católicos y nacionalistas opuestos al Brexit (un 56% de la provincia votó en contra), los republicanos que aspiran a la reunificación, los empresarios que desean por encima de todo estabilidad... ¿Cómo podía contentar a toda esa gente al mismo tiempo?
Por supuesto, no lo consiguió. Afirmó, como mínimo común denominador, que bajo ninguna circunstancia va a permitir el levantamiento de una frontera normal con barreras y controles, y que de ninguna de las maneras pondrá en peligro los acuerdos de paz. Hasta ahí todo bien. Pero añadió que no pretende sacar del acuerdo de retirada con Bruselas la salvaguarda irlandesa (el plan para que el Reino Unido siga dentro de la unión aduanera hasta que se alcance un acuerdo comercial), sino a modificarla, sin explicar cómo. El DUP y los euroescépticos se subieron de manera inmediata por las paredes, porque no es exactamente eso lo que proclamó la semana pasada en los Comunes para evitar que el parlamento le arrebatara las riendas del Brexit.
Pero las palabras de May hay que cogerlas con pinzas, porque ya dijo que “mejor irse sin acuerdo que un mal acuerdo”, y ella misma ha reconocido que su acuerdo es malo, “el plan de Chequers o nada”, y luego ha sido otra cosa, “su compromiso con la Unión Europea o nada”, y ella misma pidió a los diputados de todos los partidos que votaran en contra de un plan que se ha pasado dos años negociando y que era “lo mejor que se podía conseguir”. De hecho, cuando la primera ministra hace una afirmación rotunda, lo más probable es que la realidad no tenga nada que ver. Y es que cuando la cabeza de uno pende de un hilo...
“Una frontera abierta ha sido el pilar de la paz y prosperidad de los últimos 20 años, y no voy a ponerlas en peligro –señaló la premier–. Necesitamos encontrar una fórmula que se adapte a las particulares necesidades de la provincia, ya sea con la aplicación de nuevas tecnologías, un límite de tiempo en el backstop negociado con la UE, o la posibilidad de que el Reino Unido pueda decidir unilateralmente abandonar la salvaguarda (Bruselas considera que esas tecnologías no existen, y que las otras opciones restan todo sentido a la póliza de seguros).
Mañana May va a contar su cuento en Bruselas al presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, y al del Consejo, Donald Tusk, que le han dicho que los acuerdos ya firmados no se pueden volver a abrir, y que Londres ha de ser mucho más claro al explicar lo que quiere si aspira a que se le añada algún “mecanismo de interpretación”. Pero no es a ellos a quienes teme la Scheherezade del Brexit, sino a los euroescépticos dispuestos a tumbar su acuerdo cuando vuelva a votarse en los Comunes la semana que viene. Para llegar al 29 de marzo aún tiene que sobrevivir cincuenta noches.
La premier sugiere que no aspira a suprimir la “salvaguarda ” sino tan sólo a modificarla para que “todos la acepten”