La renovación de concejales
SÒNIA Recasens, militante de la extinta Unió Democràtica y concejal en las filas exconvergentes, anunció ayer que no seguirá en el Ayuntamiento de Barcelona al término del actual mandato. Recasens puso de este modo fecha de caducidad a un compromiso municipal que se ha prolongado veinte años. El suyo no es un caso aislado. Y no nos referimos a que todos sus compañeros lleven tantos años en el cargo como ella, sino, por el contrario, a que ahora son muchos los que lo dejan tras ocuparlo tras un periodo de tiempo muy inferior.
Aunque todavía no se han cerrado todas las listas, parece probable que al menos la mitad de los 41 concejales que sean elegidos en las municipales del próximo mayo serán nuevos en el cargo. Es decir, personas que en no pocos casos tendrán una experiencia en la gestión consistorial escasa. De hecho, algo parecido ocurrió ya en las elecciones del 2015, cuando 26 de los 41 concejales fueron nuevos en la plaza. La tendencia parece inclinarse por la renovación masiva, tanto en las primeras posiciones –Colau (BComú) y Collboni (PSC) son los únicos cabezas de lista del 2015 que repetirán en el 2019– como en las que les siguen. En el 2015, los cuatro primeros lugares de la candidatura convergente los ocupaban Xavier Trias, Joaquim Forn, Sònia Recasens y Antoni Vives; en el 2019 tan sólo repetirá en dicha lista Forn, que en la actualidad está privado de libertad.
Es ciertamente deseable que corra savia nueva por las instituciones, también por las más venerables. Es la manera más natural de ponerlas al día, tanto en lo relativo a su abanico de preocupaciones como en lo tocante a la familiaridad con los resortes de un mundo que cambia cada día a mayor velocidad. Pero quizás debiera buscarse un equilibrio más ajustado entre expertos e inexpertos. Porque es igualmente deseable que entre los responsables de la cosa pública, en este caso la administración municipal, abunden las personas bregadas en el ámbito para el que se postulan. Sólo así estarán en condiciones de ofrecer el mejor servicio posible a los ciudadanos. No hay que ir muy lejos para hallar pruebas de lo que decimos. Durante los años de la larga administración socialista de Barcelona, que se prolongó más de tres decenios, la gestión de la maquinaria consistorial alcanzó grados de excelencia. Lo demuestran los ambiciosos retos asumidos con éxito, la subsiguiente transformación de la ciudad, la limpieza financiera con que se ejecutó, la posterior recuperación de los esfuerzos económicos en un periodo de tiempo razonable y el reconocimiento internacional que todo ello propició. Y eso fue en buena medida posible por la capacitación profesional de los altos funcionarios.
¿A qué se debe la presente brevedad de los concejales barceloneses en su cargo? Los factores que explican tal brevedad son varios y en su conjunto deberían invitarnos a la reflexión, porque en ocasiones –no en todas, pero sí en la mayoría– la inexperiencia no es la mejor garantía de excelencia. Entre tales factores está la convulsa situación política, que propicia el temprano desgaste de algunos; los criterios de selección, que no siempre son los idóneos; la baja retribución de los ediles –agudizada por los recortes salariales de BComú–, que no constituye un acicate para sumar a los mejores a la común tarea municipal, o, en definitiva, la falta de auténticas vocaciones municipalistas. Ninguno de estos factores puede exhibirse como positivo. Los partidos deberían, por tanto, esforzarse para superarlos.