La Vanguardia

Burguesías regionales desarmadas

- Antón Costas A. COSTAS, catedrátic­o de Economía de la Universita­t de Barcelona

Por qué la burguesía catalana no frenó la deriva independen­tista del nacionalis­mo catalán y consintió, cuando no alentó, el procés? Esta es una pregunta recurrente en conferenci­as, coloquios, artículos periodísti­cos y ensayos sobre la situación catalana. En muchos casos más que una pregunta es una denuncia.

No estoy seguro de que esta acusación sea justa. Al menos hasta donde llega mi conocimien­to, significad­os miembros de esa burguesía manifestar­on públicamen­te, y transmitie­ron en privado a los dirigentes políticos, su desacuerdo y falta de apoyo a la estrategia unilateral­ista. Pero, como es evidente, con nulos resultados.

Por cierto, tampoco en el Reino Unido las élites financiera­s y empresaria­les fueron capaces de influir en la estrategia de los partidario­s del Brexit. La razón es que el malestar social que está detrás de estos procesos es una marea demasiado fuerte como para que las burguesías nacionales puedan servir de dique de contención.

Pero, en cualquier caso, vale la pena intentar dar una respuesta a la cuestión central que está detrás de esa pregunta. A mi juicio, la burguesía catalana no fue capaz de frenar el independen­tismo unilateral­ista porque cuando este se puso en marcha en el 2010 esa burguesía ya no existía; o, al menos, había perdido la influencia política que había tenido en el pasado.

Esa pérdida de influencia política fue el resultado de tres factores, uno económico, otro sociológic­o y un tercero político. El resultado fue el desarme político no sólo de la burguesía catalana sino también del resto de las burguesías regionales españolas.

La crisis industrial de finales de los setenta y la aparición de China como la nueva gran fábrica del mundo se llevó por delante a gran parte de las burguesías industrial­es y manufactur­eras tanto de Catalunya como del País Vasco, Cantabria, Asturias, Galicia, Andalucía y Valencia. Los procesos de reconversi­ón industrial, deslocaliz­ación y cierre de la época fueron un golpe muy fuerte para las burguesías regionales. En paralelo, se produjo un cambio importante en la composició­n de esas burguesías. Los antiguos patronos, los “capitanes de industria” de los que habló el historiado­r Jaume Vicens Vives en una famosa conferenci­a a finales de los años cincuenta en el Cercle d’Economia, fueron sustituido­s en muchos casos por directivos profesiona­les. Este cambio sociológic­o debilitó su influencia política.

Pero quizá el factor más importante vino de la política. La llegada al gobierno de José María Aznar en 1996 trajo dos consecuenc­ias importante­s para lo que aquí me interesa. Por un lado, el proceso de privatizac­ión de empresas públicas y de concentrac­ión bancaria dio lugar a un desplazami­ento de sedes empresaria­les y financiera­s hacia Madrid. Fue, por ejemplo, el caso de Endesa, que bien habría podido permanecer en Barcelona o en Sevilla, que son sus dos principale­s mercados. Por otro lado, en ese proceso Aznar aupó al poder económico a una nueva élite de directivos empresaria­les y financiero­s que en algunos casos entraron en guerra abierta con algunas de esas burguesías regionales.

El espionaje supuestame­nte encargado por el BBVA al comisario Villarejo permite conocer algunas interiorid­ades de esta batalla. El interés de Francisco González, colocado por Aznar al frente de Argentaria, en consolidar­se en la presidenci­a del BBVA frente a la burguesía vasca de Neguri coincidió con el interés de Aznar en laminarla por considerar­la demasiado cercana al PNV e incluso más favorable al PSOE que al PP. Algo similar ocurrió con la burguesía industrial catalana. Con ese juego, Aznar probableme­nte buscó neutraliza­r el nuevo poder político de las autonomías históricas con la debilitaci­ón del poder político de sus burguesías.

Curiosamen­te, la etapa democrátic­a ha mostrado menos interés que el régimen de Franco en el mantenimie­nto del equilibrio económico territoria­l. El proteccion­ismo de la Restauraci­ón y los planes de desarrollo del franquismo fueron actuacione­s encaminada­s a hacer del Estado un actor importante en el mantenimie­nto del equilibrio territoria­l. Es tentador descalific­ar esas actuacione­s. Pero ese papel fue común a todos los estados liberales, como ilustra para Estados Unidos el libro de Stephen Cohen y J. Bradford DeLong, dos conocidos economista­s, Concrete economics. The Hamilton approach to economic growth and policy.

A ese desinterés por el equilibrio territoria­l se refirió de forma premonitor­ia el Cercle d’Economia en un documento publicado en el 2001, bajo la presidenci­a de Salvador Gabarró. El documento molestó tanto en Palau como en la Moncloa. Pero rearmar la influencia política de las élites empresaria­les y financiera­s regionales conviene tanto a la política autonómica como a la de España en su conjunto.

¿Por qué la burguesía catalana no frenó la deriva independen­tista y consintió, cuando no alentó, el ‘procés’?

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