La Vanguardia

‘Lea’, una obra de reflexión... con acción

- M. CHAVARRÍA

Rafael Argullol define su propio libreto como un cuento mítico que entra en confusión con la propia realidad. “Es una historia de amor, la historia de un secreto”, argumenta. Reacio a revelar ese Enigma di Lea, Argullol asegura que “la portadora de este secreto, una mujer que, después de ser sometida a circunstan­cias excepciona­les [la viola una deidad], perseguida por unos monstruos identifica­bles como los dictadores de nuestra época, se convierte en protagonis­ta absoluta, deambula por el espacio y el tiempo, naufraga en la existencia”.

Con dirección de escena de Carme Portaceli y dirección musical de Joan Pons, L’enigma di Lea cuenta en el reparto con Allison Cook (Lea), José Antonio López (Ram), Xavier Sabata (Dr. Schicksal), que son parte de 11 solistas, un coro de más de 70 coristas y 78 músicos en el foso.

A pesar de que Argullol trabajó con tres versiones, en catalán, castellano e italiano, se decantó por una obra en su mayoría en italiano y con las partes del coro en catalán, porque es “una de mis lenguas literarias, es una lingua franca de la ópera y el contexto mítico del que parte también lo favorecía”. Eso sí, si la ópera viaja a otros países, la lengua del coro se adaptará a la del lugar, pues en la última de sus tres grandes intervenci­ones acaba siendo “el coro del público”.

La directora de escena, Carme Portaceli, se sintió atraída por el proyecto porque “para el que le gusta el teatro, una ópera es como una concepción total, casi wagneriana de lo que es un espectácul­o”, y hay además un reivindica­ción del papel de la mujer en “un mundo bastante reducido a los hombres”. La escenograf­ía es contemporá­nea, pues “aunque el texto esté basado en una tradición mítica, no quiere decir que sea una obra antigua, porque tomamos la esencia para hacer una obra del siglo XXI”. La primera parte, añade Portaceli, pasa en un lugar distópico, referencia visual para cualquier europeo del siglo XXI; un mundo uniforme “en el que todos piensan igual, visten igual, como si pertenecie­ran a una secta”. En el segundo y tercer acto, Portaceli devuelve la acción a nuestros días, a “una especie de manicomio donde se encuentran los disidentes que han de ser tratados para ser como todos”.

“Es una ópera de reflexión, no tanto de acción, aunque haberla la hay”, concluye Joan Pons, quien apunta que una obra nueva es siempre una aventura, pues no se tienen precedente­s. “Y más con una música en la que la parte tímbrica es tan importante”.

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