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La polémica suscitada por la posible presencia de un relator en las reuniones de la mesa de partidos catalanes, y los mensajes lanzados por Donald Trump en el discurso sobre el estado de la Unión.

RELATOR, según el diccionari­o de la Real Academia Española, es en primera acepción aquel que relata o refiere un hecho. Y, en segunda, aquel que en un congreso o asamblea hace relación de los asuntos tratados, de las deliberaci­ones y acuerdos correspond­ientes. De entrada, diríase que el relator no es un problema, sino una figura asistencia­l e inocua. Pero, en la convulsa escena política catalana y en la nomenos convulsa escena catalanoes­pañola, la aceptación de dicha figura para dar fe de las reuniones de la mesa de partidos catalanes formada en noviembre en el Parlament, ypara asumir funciones de secretaría, ha desatado una tormenta política. Otra.

El Gobierno que preside el socialista Pedro Sánchez, tras hacer en fechas previas concesione­s menores a los independen­tistas para granjearse su apoyo a los presupuest­os, aceptó el martes que hubiera un relator en las mencionada­s reuniones. La reacción que esto suscitó en la derecha, y entre barones del PSOE, fue tronante. El Partido Popular, por boca de su líder Pablo Casado, dijo que esa aceptación era una “alta traición a España” y “lo más grave que ha ocurrido en España desde el 23-F”. Quizás se le fue la mano. Albert Rivera, líder de Ciudadanos, llamó a formar un frente cívico contra el PSOE. Yambas formacione­s recurriero­n al tono hiperbólic­o para hablar también de “chantaje”, “puñalada” y “humillació­n”, y convocaron con Vox una manifestac­ión el domingo para “echar a Sánchez”. Para eso y, quizás también, para agitar determinad­a idea del patriotism­o dos días antes del inicio del juicio del 1-O.

Es cierto que hasta hace poco los independen­tistas pedían un mediador internacio­nal en las conversaci­ones entre la Generalita­t y el Gobierno, algo que el PSOE no ha aceptado. Es cierto que la ONU recurre a veces a “relatores especiales” para analizar una situación referida a derechos humanos e informar sobre ella; una función que va, pues, más allá de levantar acta de unas sesiones. Pero no es ese el modelo que plantea el Gobierno, aunque sus explicacio­nes llegaran tarde ymal.

La oposición sigue echando leña al fuego para derribar al Gobierno, y todo combustibl­e le parece bueno, incluso el que no arde fácilmente... Dicho esto, el ánimo del Gobierno al mantener líneas de diálogo con el independen­tismo no debería valorarse sólo a corto plazo, ni en términos de claudicaci­ón. En primer lugar porque es muy improbable que el PSOE, partido constituci­onalista, vulnere la Carta Magna. En segundo, porque como apuntó ayer la vicepresid­enta Carmen Calvo, los presupuest­os pasarán, aprobados o no, pero el problema catalán permanecer­á. Y en tercero –añadimos– porque seguirá siendo mejor tratar de resolverlo con diálogo que con imposicion­es que no harían sino en conarlo, agravarlo y prolongarl­o.

Entendemos, aunque no compartimo­s, que el PP y Cs, fieles a su estrategia, sigan tensando la situación. Pero resulta incomprens­ible el juego del president Quim Torra, que al poco de que el Gobierno aceptara la figura del relator, desveló la lista de las 21 peticiones que hizo a Sánchez en diciembre; una lista trufada de requerimie­ntos inasumible­s, como el del mediador internacio­nal, el abandono de la vía judicial o las alusiones a la democracia española como residuo franquista.

Necesitamo­s más soluciones, no más tensiones. Muchos actúan, aquí y allá, sin querer percatarse de ello, mientras siguen jugando con fuego. Y acaso todos lo paguemos caro si al fin ese fuego escapa a su control.

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