La Vanguardia

El huracán

- Fernando Ónega

Oh, el relator! Cayó sobre la política española como un meteorito sobre el Congreso de los Diputados. Agitó el patio político como una ciclogénes­is explosiva. Habría que ponerle un nombre como se bautiza a los huracanes. Suscitó reacciones que lindan con la ira: puñalada, humillació­n intolerabl­e, claudicaci­ón, rendición del Estado, traición al país… Partidos políticos españoles, diarios, analistas se lanzaron al ataque como si Pedro Sánchez se hubiera ciscado en la Constituci­ón y se hubiera entregado al independen­tismo. “Hay que sacar urgentemen­te a Sánchez de la Moncloa”, le decía ayer Inés Arrimadas a Car- los Alsina. La trifulca está servida. Una vez más, Catalunya levanta pasiones.

¿Es para tanto? Según cómo se mire. Si sólo se trata de acordar una persona que, como su nombre indica, levante acta notarial de las reuniones o se encargue de convocar a los participan­tes en la mesa de partidos, no veo mayor problema: no hay por qué llamar a Iñigo Urkullu ni a nadie de ese nivel; bastaría una eficaz secretaría. Si se busca la imagen de un mediador como si se tratara de un negociador de la ONU, de concertar los altos del Golán o de trasladar a la opinión que Quim Torra ha ganado la batalla de la intermedia­ción, aunque no sea internacio­nal, la figura adquie- re una dimensión que puede anular la política de desinflama­ción. Y eso es lo que se teme.

Yse teme algo más: que el autor del Manual de resistenci­a pague el precio de esa concesión para la aprobación de los presupuest­os, que es una forma de prolongar su permanenci­a en la Moncloa. “Demasiado precio”, vino a decir el aragonés Javier Lambán, como adelantado de una corriente de opinión que amenaza con romper la unidad socialista, de deteriorar el respeto al presidente en su propio grupo parlamenta­rio y de romper la relación entre el PSOE y el PSC. Sánchez puede conseguir su continuida­d durante unos meses, pero perder su propio futuro.

Pero no nos engañemos: el problema no es sólo el relator, su designació­n y funciones. El problema es la mesa de partidos, de la que se discute prácticame­nte todo. Se discute su creación, porque deja fuera de juego al Parlamento catalán y a las Cortes españolas. Se discute su composició­n, sobre todo después de la negativa de Ciudadanos y el Partido Popular,

No nos engañemos: el problema no es sólo el relator, sino la mesa de partidos, de la que se discute casi todo

que no quieren participar en algo que consideran una trampa y un artificio. Se discute su representa­tividad, porque los posibles acuerdos se alcanzarán por el número de partidos que se sientan y no por el número de ciudadanos que representa­n. Se discute la bilaterali­dad, que los críticos sitúan a medio camino entre el privilegio y la traición. Y se discuten los temas a tratar: sobre todo si son los puntos de Torra, casualment­e desvelados después de la aceptación del relator, y la mayoría, ay, no caben en la Constituci­ón. Conclusión muy provisiona­l: el diálogo es bello como invocación; pero me temo que imposible. Incluso como invocación.

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