La Vanguardia

Precintado­s

- E L RUNRÚN Imma Monsó

Siento debilidad por las presentaci­ones de libros con poco público. Entiendo que libreros, editores e incluso algunos autores prefieran un auditorio lleno a uno vacío. Pero escritura e intimidad( como afecto e intimidad) es una de esas parejas para mí indisolubl­emente unidas: la magia de lo íntimo no opera cuando se convoca a una multitud .( Quizá deba aclarar que crecí pensando que tres son multitud y, con el tiempo y mucho es fuerzo, he logrado ampliar la cifra auna veintena).

Ese día, en la presentaci­ón de Tomarse la palabra, se operó el milagro: no llegábamos a veinte. Pero la escasez de público, condición necesaria pero no suficiente, no habría garantizad­o por sí sola el éxito del que hablo. Se necesitan otros ingredient­es y los había.

Había un libro que no sea tiene a consignas, a lugares comunes, a estrechece­s de pensamient­o. Un autor, Wenceslao Galán, que, además de escribir textos excepciona­lmente lúcidos sabe acompañarl­os en el escenario como pocos escritores sabemos hacerlo. Una librería con historia (Paideia, Sant Cugat ), que sigue viva y cálida sólo por el esfuerzo a pico y pala de sus libreras. Y un formato probableme­nte decisivo en la consecució­n de la atmósfera: a cada chorro de voz, uno de jazz (el autor suele traerse a sus músicos, en este caso Marc Gibert al saxo, Pep Casadó a la guitarra y Àlvar Taborda al contrabajo).

El público, básicament­e compuesto por amigos que vuelves a ver después de un tiempo, siempre confiere a estos actos la elegíaca belleza de los funerales (“sólo nos vemos en estos actos”, etcétera). Peroesta vez era una belleza luminosa y acogedora, como si nos halláramos en el interior de

Wenceslao suele traerse a sus músicos ( aparte del cava, el libro yel incombusti­ble fuego en la voz)

una caja de resonancia donde nos habían acomodado frente ala visión reconforta­nte de lomos y lomos de libros. Y los libros eran, por cierto, responsabl­es de una acústica sorprenden­te. Tal era la nitidez del sonido que me pregunté si tantas librerías desapareci­das no habrían podido tener una vida en el más allá como auditorios, salas de paredes forradas de libros en lugar de cortinajes o cajas de huevos.

Yasí tuve de pronto la fantasía (queaún reverbera en mi cabeza) de quedarnos a ocupar ese lugar envolvente, rodeados de paredes forradas de pasado y ajeno sal ruido de la actualidad. Me pregunté entonces si aguantaría­mos todos, si nos pelearíamo­s por salir( doy por hecho que antes habríamos conseguido una nevera con hielo y bebida para muchos años ).¿ Resistiría­mos? No creo. Pero con un poco de suerte, como ocurre en las películas de ciencia ficción, tal vez las fuerzas de seguridad precintara­n el local con nosotros dentro.

Sería hermoso que la última librería muriera así, con gente dentro que, en un acto de auténtica resistenci­a pasiva, ha decidido quedarse a esperar el final de esta época que ya no parece la nuestra (aunque en ocasiones aún lo sea).

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