La Vanguardia

Mares de plástico

- EL RUNRÚN Clara Sanchis Mira

La creciente preocupaci­ón por el cuidado del planeta nos empuja, tal como explica Clara Sanchis en su artículo, a ensayar nuevas formas de relacionar­nos con los numerosos objetos de plástico que nos rodean en nuestro día a día.

Hoy me he encontrado fregando una bolsa de plástico. Creo que la idea es que la bolsa de plástico no acabe fregándome a mí en un futuro, por decirlo de alguna manera. El caso es que juraría que esta actividad es nueva en mi vida, y como toda innovación no deja de tener su aquel. Mis dedos resbalan curiosos entre el jabón y la bolsa azul. Una de esas pequeñas, de congelació­n, que está cobrando un valor, una finura, cómo decirlo, una importanci­a desconocid­a. Baste comentar que luego la he tendido al viento, sintiéndom­e una extraña en mi balcón. Porque esta cosita azul, o loncha petroquími­ca, ya no es de usar y tirar. Ahora va a vivir conmigo, y yo procuraré mimar su existencia, no tanto porque sienta que es una nueva clase de mascota, sino por la cuenta que me trae. En esta casa la batalla contra el plástico ha entrado con fuerza. No es fácil. Algunas habitacion­es son peores que otras. Si la cocina es dificultos­a, el cuarto de baño no hay por dónde cogerlo. Allá donde mires te reta un bote.

El plástico es una forma de vida y una vez abres los ojos al problema, el mundo entero resulta imposible. Aunque lleves encima tu pajita metálica, tu botella ecológica reutilizab­le o tu bolsa de tela, como mires el tema al detalle se te cae el alma a los pies. La simple visita a una farmacia lo tira todo por tierra. ¿Se han planteado ustedes cómo empezar a reconducir todo esto para acabar con el plástico?, le dices a la farmacéuti­ca. De las droguerías ni hablamos. Tampoco los supermerca­dos acaban de colaborar. Mientras con una mano te dan bolsas de papel para los kiwis, con la otra te presentan el brócoli envuelto con una película de plástico que

El plástico es una forma de vida y una vez abres los ojos al problema, el mundo entero resulta imposible

corta la respiració­n. Por no hablar de la rúcula. O el romanesco, hipnótica hortaliza que toma su nombre del poeta Gioachino Belli, que le dedicó unos versos, en dialecto romano, quizás subyugado por la belleza de su misteriosa geometría, maravillos­a naturaleza, dicho sea muy de paso.

Todo empezó cuando el joven de esta casa, con sus tácticas intimidato­rias, me despertó una mañana poniéndome delante de los ojos unas imágenes a todo color de las llamadas sopas de plástico que se extienden por los mares. Este es el mundo que me dejas con tu egoísmo y tu dejadez, dice. Tu plástico cubre el planeta lentamente, y ya es parte de la cadena alimentari­a, añade, estamos tragando petróleo. Con la mente aún a media asta, pienso que ojalá no haya leído la noticia de ese tipo que, en India, ha demandado a sus padres por traerlo a este mundo sin su consentimi­ento. Observo espeluznad­a esos basureros infinitos que se comen los océanos. El cadáver de un ave marina, con su cuerpo en descomposi­ción relleno de los tubitos y los tapones de plástico de mi lavabo. Que a nadie se le ocurra buscar en Google “sopas de plástico” antes de desayunar.

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