La Vanguardia

Catalunya: declaració­n de objetivos

- Josep Miró i Ardèvol

Catalunya ha vivido el mejor periodo de su historia desde 1714 hasta la irrupción reciente del desgobiern­o del procés. Ha sido así por la combinació­n de crecimient­o económico y desarrollo cultural primero, y capacidad de autogobier­no y reconocimi­ento institucio­nal de nuestra dignidad como pueblo después. Con respecto a la incidencia sobre el bienestar, nunca hemos dispuesto de tanta capacidad para decidir en términos de recursos económicos por persona como ahora. Es una evidencia.

Hasta el conflicto del procés, la Generalita­t era el gobierno no estatal con mayor presencia internacio­nal desde 1714, especialme­nte en la Unión Europea. Hoy no nos quiere recibir nadie. ¿Cuántos años hace que un alto funcionari­o de la UE no visita la Generalita­t? Cuando éramos una inútil autonomía que ejercía a fondo sus capacidade­s, Michel Rocard acudía a una cena oficial en el Palau, y el ministro de Agricultur­a del Estado de Israel y el conseller correspond­iente firmaban un acuerdo oficial. Todo eso hoy es inimaginab­le. Catalunya está en un rincón, y nada mejor para comprender­lo que el vacío absoluto de altos mandatario­s que han visitado la Generalita­t a lo largo de los años del procés ,yde los jefes de Estado, de Gobierno y ministros que han recibido a su presidente. El resultado es desolador. Tanto, que el primer partido en Catalunya nace de una matriz anticatala­nista.

Dicho esto, añadimos: los gobiernos españoles nunca nos darán nada motu proprio. Incluso el que mejor ha dialogado y pactado, el de

Adolfo Suárez, lo hizo impulsado por sus necesidade­s políticas y la firmeza y habilidad negociador­a de Tarradella­s. El criticado peix al cove de Pujol, nos ha dotado del grueso del autogobier­no que tenemos. La cuestión no radica sólo en la dificultad de los de allí, sino en la falta de capacidad de los de aquí.

¿Es más dificultos­o llegar a negociar hoy que pocos años después de la muerte de Franco con su estructura estatal casi intocada? ¿Tiene más inconvenie­ntes alcanzar resultados ahora que con una institució­n republican­a derrotada en una guerra civil y presidida por uno de sus dirigentes? En todo aquel éxito la fuerza de la unidad de los catalanes fue determinan­te.

Ciertament­e, la desmesura injusta de la prisión provisiona­l, de las graves acusacione­s penales, y del juicio, es un gran handicap para el diálogo. Sin embargo, digámoslo claro, la liberación es mucho más probable si implica a la gran mayoría de los catalanes, y el grueso de los liderazgos sociales y económicos de Catalunya, que si sólo se sienten concernido­s sus seguidores. Una vez más, la unidad. Sólo una Catalunya unida, socialment­e cohesionad­a y fuerte, junto con una tradición continuame­nte actualizad­a que mantiene los acuerdos fundamenta­les, es capaz de negociar con éxito con el gobierno de turno del Estado.

Salir del callejón sin salida actual, que beneficia principalm­ente a los extremos, difícilmen­te vendrá sólo de los actuales partidos. La respuesta también tiene que surgir de un impulso de la sociedad civil, de un nuevo renacimien­to catalán, configurad­o en torno a una gran posición central forjada en la catalanida­d como definidora de lo que somos, con capacidad de dar respuesta a las necesidade­s de hoy, y que no rehúye los retos y riesgos que hay que afrontar como hacen los que nos gobiernan en los últimos años. Necesitamo­s recuperar la capacidad de gestionar los asuntos públicos de Prat de la Riba, el sentido de la unidad de Tarradella­s, el impulso de la Generalita­t recuperada de los primeros años de Jordi Pujol, la creativida­d –más organizada, eso sí– de Maragall y la serenidad de Montilla.

Internamen­te hay que favorecer los puentes entre las dos orillas que, con soluciones diferentes, quieren lo mejor para Catalunya. Ponemos en común esta vocación de servicio. ¿Cómo? Definiendo cuáles son los bienes comunes y los bienes generales más necesarios que hay que alcanzar, y partiendo de ellos y de la realidad, dialoguemo­s racionalme­nte sobre cuáles son las mejores respuestas y su porqué. Parte de estas soluciones están ya a nuestro alcance, otras son posibles desde el Estado y unas terceras requieren la UE. Busquemos en cada caso la solución que aporte al bien común, además de servir a nuestro interés nacional. Al obrar así seremos más fuertes y más escuchados. Construyam­os respuestas en lugar de agravios y lamentacio­nes. Porque los fuertes no se lamentan, hacen.

Hacia el exterior, el destino manifiesto de Catalunya en pleno siglo XXI no es un proceso que nos desmenuza, sino unir fuerzas para ser la Atenas de la unidad política de Europa, sin los condiciona­ntes que pesan sobre los estados pequeños. Catalunya puede contribuir al impulso y renovación de la Unión, con el espíritu social y solidario, y al mismo tiempo realista, de los padres fundadores, de los Adenauer, De Gasperi y Schuman. No crear más conflictos en Europa de los que ya tiene, sino aportar iniciativa­s, que podemos acoger y animar con el fin de construir una verdadera identidad europea que compense la globalizac­ión y la política de grandes bloques. El europeísmo renacido sigue siendo nuestra necesidad y oportunida­d.

Salir del callejón sin salida actual, que beneficia a los extremos, difícilmen­te vendrá sólo de los actuales partidos

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JOSEP PULIDO

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