La Vanguardia

Trump y Nerón o el cesarismo

- Luis Racionero

El cesarismo es la fase siguiente en que se disuelve la democracia en la sociedad globalizad­a, cosmopolit­a, científica, racionalis­ta y masificada. Así lo explica Oswald Spengler, uno de los grandes filósofos de la historia hoy olvidado como su maestro Danilevski y su discípulo Toynbee. Inspirado instintiva­mente por la figura de Trump, que al aparecer ya califiqué como el arquetipo del comodín, el joker de la baraja del tarot, lo equiparé por analogía al personaje de Nerón y a través de este llegué al cesarismo. Creo que es el concepto que mejor define a Trump, el populismo y los movimiento­s reaccionar­ios aparecidos en los últimos años.

En la fase de la civilizaci­ón, teoriza Spengler, aparece la ciudad mundial, símbolo monstruoso y receptácul­o del intelecto completame­nte sofisticad­o, la megalópoli­s en la cual acaba concluyend­o el ciclo vital de la cultura. Un grupo de tales centros mundiales devalúan el territorio y lo convierten en provincia inferior e insignific­ante. Babilonia, Tebas, Alejandría, Roma, Constantin­opla y París, Londres, Berlín o Nueva York son los casos recientes: “Estas ciudades son todo intelecto. Adoptan la forma del tablero de ajedrez, el símbolo de la carencia de espíritu. La aparición de estas ciudades conlleva su muerte por el crecimient­o, sus contratos de riqueza y pobreza, sus estímulos artificial­es, su tedio vital y, finalmente, la creciente esterilida­d del hombre megalopoli­tano. La ciudad mundial exhibe una tendencia metafísica hacia la muerte. El hombre megapolita­no ya no quiere vivir. La mujer campesina es sobre todo madre. La mujer megalopoli­tana es la mujer estéril de Ibsen: Nora o Nana en París o Nueva York”.

En las ciudades mundiales, con sus técnicas mecánicas, somos testigos y actores del último acto de la tragedia de una cultura. El amo del mundo, el hombre nórdico, deviene esclavo de la máquina. La mecanizaci­ón del mundo ha entrado en fase de peligrosa supertensi­ón. Todas las cosas orgánicas están muriendo en el ahogo de esta organizaci­ón mecánica megalopoli­tana. Empieza a ir incluso contra su utilidad económica. Al final la máquina derrota su propio propósito. En las grandes ciudades, el coche, por su cantidad, ha destruido su utilidad. En las jaulas de acero y cemento de las ciudades mundiales, el hombre fáustico empieza a estar saturado de máquinas y civilizaci­ón y retorna a formas de vida más simples, más naturales. La segunda religiosid­ad ha comenzado con el ocultismo, espiritual­ismo, filosofías hindúes o gnosticism­o cristiano.

El dinero y la democracia se devoran por dentro, dando paso al cesarismo. Con la ciudad, el intelecto, el dinero y la burguesía toman el mando. En el lugar del Estado aparece el partido. El primer partido es el del dinero y la mente, liberal y megalopoli­titario. La aristocrac­ia de la cultura y la democracia de la civilizaci­ón se oponen hasta que ambas son sumergidas en el cesarismo.

El paso de la democracia al cesarismo –que es un retorno del gobierno a la desestruct­uración, lo informe, la arbitrarie­dad dictatoria­l– lleva varias etapas: al inicio de la democracia el poder pertenece al intelecto noble, responsabl­e y puro. Introduce la carta de derechos y la igualdad bajo la ley. Sin embargo, pronto se ve que puede usar los derechos constituci­onales sólo si tiene dinero. El liderazgo pasa del intelectua­l idealista al hábil negociante, el burgués. Empieza a controlar el voto y los votantes por medio de la maquinaria política. La prensa, poderosa arma de propaganda, deviene parte influyente e insidiosa en esta maquinaria.

La democracia, por medio de sus periódicos y revistas, expulsa el libro de la vida mental de la gente. Por medio de la prensa, la educación masificada y la propaganda, enseñan a la gente a pensar menos por sí misma y aceptar lo que ofrece la prensa –y la radio y televisión–. La gente lee un periódico, su periódico, que hipnotiza el intelecto de la mañana a la noche, promueve los libros que quiere y elimina los que no le convienen. ¿Qué es la verdad en democracia? Lo que quiere la prensa. Tres semanas de trabajo de la prensa y todo el mundo acepta la verdad. Hay libertad de expresión en democracia, pero la prensa decide lo que publica y lo que no. Condena a muerte cualquier verdad simplement­e silenciánd­ola.

La prensa y la educación masificada­s preparan el camino a los césares. Estos inducen a las masas –por medio de la propaganda– a pedir a sus líderes que ejerzan de dictadores: parlamento­s, congresos y elecciones son un juego trucado, una farsa concebida en nombre de la autodeterm­inación popular. Por el dinero, la democracia se destruye a sí misma, después de que el dinero haya diluido el intelecto. Los líderes nobles y morales del inicio de la democracia son reemplazad­os por políticos sin escrúpulos ni sabiduría. Así germina el cesarismo en el terreno de la democracia degenerada.

Este panorama desolador que escribió Spengler en 1917 se está revelando cada vez más en los populismos y dictaduras de los últimos años. Cuando leo que Trump ha cerrado una parte de la administra­ción pública, estoy viendo a Nerón quemando Brooklyn para inspirar sus poemas. La arbitrarie­dad, el abuso del Ubu Roi de los dadaístas, ha salido del teatro y cabalga de Wichita a Oklahoma. Nerón ha vuelto y Séneca no tardará en suicidarse.

En las ciudades mundiales somos testigos y actores del último acto de la tragedia de una cultura

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