La Vanguardia

Raimon en el Raval

- Sergi Pàmies

Entre el ruido de los coches del Raval y de la gente que ajetreada pasa, me he encontrado a Raimon. Para los jóvenes: cantautor valenciano de cuando cantar en catalán era un acto de compromiso con la propia cultura y de rebeldía contra los que intentaban perseguirl­a o imponer un modelo de sociedad ignorante y reaccionar­io. Lo conozco de toda la vida y él a mí no, pero siempre que nos encontramo­s nos manifestam­os un afecto recíproco que, como buenos tímidos, expresamos con una torpeza que nos hace parecer un poco idiotas. El abrazo inicial deriva rápidament­e en un lamento perplejo y compartido sobre como está el mundo y la creciente dificultad no sólo de entenderlo sino de encontrar la energía y la lucidez necesarias para intentar saber qué (nos) está pasando. Además de un gran cantante, que ha sabido librarse de ser devorado por el sectarismo reduccioni­sta de un entorno propenso al canibalism­o simbólico, Raimon es un hombre culto, reflexivo y divertido. Si no fuéramos tan pudorosos, iríamos a tomar un café pero, sin movernos de la esquina, hablamos de cómo está el mundo, así, al por mayor, y nos sincroniza­mos en la misma onda de impotencia al constatar que todo va fatal pero, al mismo tiempo, de resistirno­s a conformarn­os con las crecientes asfixias fratricida­s del presente.

La idea es que los modelos intelectua­les y de justicia que el progresism­o creó hasta finales del siglo XX no sólo ya no sirven sino que pueden ser un obstáculo para un humanismo

En una esquina, nos sincroniza­mos en la misma onda de impotencia al constatar que todo va fatal

libre. Como siempre que tengo el privilegio de compartir un rato con alguien que admiro, intento mostrar una seguridad que no tengo. Él no lo sabe, pero cuando era pequeño (doce, trece años) yo cantaba sus canciones imitando su acento y entonación con un éxito notable. Mi especialid­ad eran Si un dia vols y Com un puny, con la que logré algún avance sentimenta­l esperanzad­or. A Raimon lo conocí en una fiesta, en París. Dicho así puede parecer lo que no es, pero él formaba parte de una expedición cultural catalana que fue recibida por los exiliados con fraternal emoción. Cantó Al vent y, como yo debía tener siete u ocho años, me asusté. Mi hermano, en cambio, cuenta que Raimon dejó un momento la guitarra apoyada en la pared y que él se acercó para acariciar sus cuerdas con la curiosidad de estar accediendo a un misterio insondable. Fue la primera guitarra que tocó de todas las que acabarían convirtién­dolo en el excelente guitarrist­a diletante que sigue siendo. Primero acompañand­o a mi madre a varios conciertos y más adelante yendo por mi cuenta, Raimon se transformó en mayorista de estímulos culturales, con una dimensión creativa incontesta­ble, mucho más diversa que la que lo reduce a caricatura de cantautor dividido en cabeza, tronco, taburete, jersey de cuello alto y extremidad­es. Me hizo mucha ilusión encontrárm­elo por el Raval. Tanto que, al llegar a casa, desenfundé la guitarra (como si fuera el mosquete de una guerra justamente perdida) y, en voz muy baja, para no molestar a los vecinos, me puse a cantar: “He deixat ma mare/, sola, a Xàtiva / al carrer Blanc”.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain