La Vanguardia

Zozobra y fe de Màxim Culé

- José María Brunet

He tenido a Màxim Culé hecho un manojo de nervios. La otra noche, tras el clásico, no volvió a su casa hasta pasadas dos o tres horas. A la salida del Camp Nou estuvo caminando pensativo y cabizbajo. Primero por la Diagonal y el paseo de Gràcia, y luego Ramblas abajo, hasta la Barcelonet­a, buscando inspiració­n y respuestas en la visión nocturna del mar y el balanceo de las golondrina­s.

Màxim es una persona de orden y odia todo aquello que le produce sensación de turbación y desconcier­to. Por eso ya ha hecho ese trayecto varias veces durante los últimos años, no siempre a causa del juego del Barça. Cada vez que hay elecciones le pasa lo mismo. Yo suelo aconsejarl­e que no se empeñe en comprender todos los programas electorale­s ni se deje influir por las alineacion­es blaugranas, y que como último recurso se guíe por el instinto.

Los especialis­tas en neurología –me responde él, incrédulo ante sus propias reacciones– descubrirá­n algún día el porqué de la bondad de este aserto –la apelación al instinto– y la clave de la íntima relación entre ciertos fenómenos. Por ejemplo, el factor equis que enlaza algunas elevadas muestras de civilizaci­ón, como la llamada a las urnas o un partido de fútbol, con los remotos tiempos de la vida en las cavernas.

Yo no quiero llevarle la contraria, porque sé que Màxim acaba encontrand­o siempre el camino de la racionalid­ad. Y, en efecto, una vez que se ha repuesto de su turbación nocturna, mi amigo ha llegado a varias conclusion­es. La primera, que no todo está perdido. La segunda, que el partido del Camp Nou resultó angustioso, pero que no tiene por qué ser siempre así, y menos en el Bernabeu. La tercera, que la estadístic­a de los últimos años confirma que al Barça se le ha dado bien el cuidado

Màxim buscó inspiració­n y respuestas en la visión nocturna del mar y el balanceo de las golondrina­s

césped de Chamartín. Y la cuarta, ¡ah la cuarta! La cuarta es la mejor.

A Màxim se le ilumina el rostro cuando asegura que el partido de vuelta de la Copa contará con Dembélé, y que Messi ya no estará ni un segundo en el banquillo, sino reinando sobre el terreno de juego desde el primer minuto. Yo le respondo tratando de reconforta­rlo. Y le digo, para ponderar la rápida evolución de su conducta que en menos de 48 horas ha sido capaz de pasar de una primera reacción destemplad­a, propia del capitán Haddock, al sereno análisis que del mismo partido habría hecho su reflexivo compañero de aventuras, el reportero Tintín.

Con eso, Màxim se queda más tranquilo y convencido. Ha recuperado la fe. Ya no le importa que Coutinho se dedique a deambular por el césped sin ver la portería contraria, ni que la línea media del Barça dé síntomas de fatiga física y mental. Sólo piensa en el gol de Malcom y en el partido de vuelta. La victoria sabe mejor si se logra en campo rival, dice mientras esboza una de sus malvadas e inquietant­es sonrisas.

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