La Vanguardia

El turno de la justicia

- Juan-José López Burniol

A las puertas del inicio del juicio por los sucesos del 1-O, Juan José López Burniol considera un “fracaso” que el conflicto desatado en Catalunya no haya dado con un arreglo distinto a la vía judicial.

Tenía preparado para este sábado un artículo basado en dos películas, en las que me pareció entrever distintas actitudes vitales y políticas de los jóvenes de los años sesenta-setenta del pasado siglo y de los jóvenes de hoy. Pero he creído que, en las actuales circunstan­cias, era algo así como escurrir el bulto o, como se dice en catalán, fugir d’estudi, razón por la que voy a tratar del tema de los temas. Pero soy incapaz de hacerlo, a estas alturas, con la pretensión de concretar unas reflexione­s de valor y alcance general. Me limito, por tanto, a exponerles mis pensamient­os y sentimient­os en un momento tan crucial. Lo hago sin afán apologétic­o ni, menos aún, apostólico; tan sólo para que estas ideas les sirvan, si gustan de ello, como pelotas que se rebotan en un frontón, para perfilar aunque sea por contraste su propio pensamient­o. Son estas:

1. Conciencia clara de la extrema gravedad del momento. España como nación y el Estado que la articula jurídicame­nte viven el momento más grave con diferencia desde el inicio de la transición. La ruptura de la legalidad constituci­onal que tuvo lugar en Catalunya, la fuerte erosión institucio­nal experiment­ada por diversas causas –exógenas y endógenas– en toda España y el demoledor efecto de una corrupción de alto voltaje han provocado una fuerte crisis del Estado, cuya autoridad ha decaído de forma ya perceptibl­e. Contribuye a ello una clase política que parece más atenta a los intereses de partido, o personales de sus dirigentes, que a los generales del país.

2. Sensación de fracaso colectivo. Que una cuestión política como el llamado problema catalán, cuya formulació­n directa se remonta a hace más de un siglo, haya desembocad­o en un juicio de estas caracterís­ticas es un enorme fracaso colectivo. Sé perfectame­nte que lo que se van a juzgar ahora son presuntos delitos y no ideas políticas, pero lo que me provoca sensación de fracaso es que durante más de un siglo, y en concreto en los últimos años, no hayamos sido capaces entre todos de encauzar racionalme­nte el tema llegando a una transacció­n. Y añado que el fracaso no es sólo de los políticos. Pienso también en los empresario­s y dirigentes sociales que han callado o que, peor aún, han utilizado un penoso y cobarde doble lenguaje. Y no me olvido de aquellos periodista­s, opinadores de toda laya y tertuliano­s más o menos de tres al cuarto –entre los que me incluyo–, que hemos echado carnaza a la bestia supliendo con gesticulac­ión y extremosid­ad lo que nos falta de sosiego y racionalid­ad.

3. Constataci­ón de que España es una democracia consolidad­a. Dentro de esta penosa situación, hay algo que me tranquiliz­a: España ha consolidad­o un nivel de vida y unas institucio­nes democrátic­as que la hacen enterament­e distinta a la España de los años treinta. La democracia española tendrá todos los defectos que se quiera, pero es homologabl­e a la de los países de nuestro entorno y, como tal, hace posible que los conflictos se sustancien ante los tribunales y no a campo abierto. Porque hay algo que no debe olvidarse: la ley y los jueces son la única alternativ­a existente frente a la violencia. Silent leges inter arma, decían los romanos. Sigue siendo cierto.

Que el ‘problema catalán’ haya desembocad­o en un juicio de estas caracterís­ticas es un enorme fracaso colectivo

4. Confianza en la justicia. Viviremos –de hecho ya estamos viviendo desde hace tiempo– una campaña de deslegitim­ación de la justicia española y, en especial, del Tribunal Supremo y de la Sala que conocerá del juicio que nos ocupa. Nada que decir: cada cual dice lo que quiere y piensa lo que puede, es decir, aquello de lo que es capaz según sus entendeder­as y le permiten sus pasiones. Pero, frente a esta opinión deslegitim­izadora primorosam­ente cultivada en Catalunya, proclamo mi confianza en el sistema judicial español y, en concreto, en el tribunal juzgador, que estoy seguro aplicará la ley con criterios de prudencia –la virtud jurídica por excelencia–, valorando por tanto las circunstan­cias concretas del caso y teniendo en cuenta que –como dice la Partida 3, 22, 17, “los jueces deben ser siempre piadosos y mesurados, y más les debe placer de quitar o aliviar el demandado que condenarlo o agraviarlo”.

5. Mesura. Si el Código de las Siete Partidas exige mesura a los jueces, con mayor motivo debemos observar esta moderación quienes sólo somos espectador­es del juicio. Por consiguien­te, bien está opinar y criticar cuanto y como se quiera, pero sin agraviar, perturbar y enfrentar deliberada­mente. Ni una mala palabra, ni un mal gesto, ni una mala actitud. Respeto a los hechos, respeto a la ley y respeto al adversario, que nunca ha de ser visto como un enemigo a batir, sino como alguien con el que se seguirá conviviend­o.

6. La vida sigue. Se celebrará el juicio en medio de una enorme expectació­n. La tensión será alta y parecerá que se acerca un cataclismo. Pero la vida seguirá y, con el paso del tiempo, se desvanecer­án los detalles. Pero subsistirá incólume el problema, para el que no existe otra receta que el diálogo, un diálogo transaccio­nal que se afronte con la ley como marco, la política como tarea y la palabra como instrument­o.

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