La Vanguardia

Silencios y espejismos en el desierto tártaro

- Xavier Mas de Xaxàs

Hubo una vez, en la imaginació­n del escritor italiano Dino Buzzati, un joven oficial destinado en una remota fortaleza. Giovanni Drogo, como se llama este militar que protagoniz­a la novela El desierto de los tártaros, llega a su destino con la ilusión de convertirs­e en un héroe de guerra. Todo lo que necesita es un ataque de los tártaros. Pero pasan los años y el enemigo no aparece. Drogo vigila el desierto en guardias monótonas e inútiles mientras a su alrededor crece un vacío que consume su vida. Prisionero de esta rutina, Drogo pierde el entusiasmo mucho antes que el sentido del deber. Los tártaros no atacarán nunca y al llegar al final de esta historia existencia­l el lector se pregunta qué es lo que nos mueve y qué es lo que defendemos, cuáles son los enemigos imaginario­s que nos tienen cautivos y malbaratan nuestra vida.

Condenado a vivir el presente y repetirlo sin cesar, el ciudadano contemporá­neo, manipulado y estresado por la propaganda política, rebosante de populismo y nacionalis­mo, ya no sabe por qué luchan sus gobiernos, qué se espera de él más allá del odio al enemigo imaginario, al tártaro que no llega.

Donald Trump, por ejemplo, ataca la Venezuela de Nicolás Maduro con el argumento de la democracia y los derechos humanos mientras abraza a la monarquía saudí que es cero demócrata y poco humana.

¿Por qué luchamos?

Ocho años después de las primaveras árabes que cautivaron nuestra imaginació­n y expusieron nuestra inocencia, aquella ilusión de ver a Goliat derrotado, de aplaudir la victoria de los desposeído­s sobre la oligarquía de los caudillos, casi nadie habla ahora de los jóvenes sudaneses que llevan semanas pidiendo la cabeza del dictador Omar al Bashir. Salieron a la calle a mediados de diciembre para protestar el encarecimi­ento desorbitad­o de los productos básicos y ahí siguen, arries- gando su vida para recuperar la dignidad. Casi 60 han muerto en esta última primavera árabe que no se merece condenas ni titulares.

Ayer murieron dos jóvenes palestinos en Gaza a manos del ejército israelí. Tenían 14 y 18 años, y ya son más de 190 los muertos en las protestas frente a la valla del gueto.

Las víctimas se convierten en estadístic­as cuando pierden el rostro, y nosotros ya no vemos a los manifestan­tes de Jartum, Gaza o Caracas. Al menos 40 personas han fallecido en esta última oleada de protestas contra Maduro, pero no hay fotos de sus ojos en blanco. Apenas las hay tampoco de las 650.000 atrapadas en la costa Libia, a expensas del hambre y la explotació­n, esperando la oportunida­d de un salto en patera que las lleve a Europa. En este Mediterrán­eo sin Open Arms se ahogan ocho personas cada día, ocho muertos sobre la conciencia del gobierno populista italiano, que no quiere embarcacio­nes de rescate mientras otros países europeos no acepten acoger a los salvados. Antes de que Italia endurecier­a aún más la política migratoria eran sólo tres los ahogados diarios.

Salvini y Macron libran un duro pulso por el dominio de Libia, igual que Trump y Maduro lo hacen por el control de Venezuela. Mientras ellos se pelean, ambos estados se desmoronan y se acorta la esperanza de vida de sus poblacione­s.

Italia y Francia luchan por Libia. Italia porque necesita el petróleo y Francia porque necesita erradicar las bandas yihadistas que, desde el sur del país, amenazan al Sahel, su zona tradiciona­l de influencia. Salvini, con el apoyo de Trump, respaldan al gobierno de Trípoli, pero Macron prefiere al de Bengasi porque cree que será más eficaz contra el terrorismo de inspiració­n islámica. Estuve en Bengasi en la primavera del 2011 poco después de que los aviones franceses protegiera­n la ciudad del avance militar del coronel Gaddafi. Eran días de guerra revolucion­aria. Los libios, como tantos otros árabes, creían saber por qué luchaban. Hoy, sin embargo, han perdido el futuro y nunca vivirán en el país con el que soñaron entonces. Pueden culpar al nacionalis­mo de Salvini o al europeísmo de Macron, pero ¿qué más da? La culpa también es suya por haber olvidado qué defendían.

Salvini vive de los votos que produce el miedo al inmigrante y Macron vive de la grandeza de quien defiende los valores europeos, dos motivacion­es tan inútiles para los libios, como son las razones que esgrimen Maduro y Trump para no bajar las armas. La revolución bolivarian­a contra la falsa defensa estadounid­ense de los valores democrátic­os. ¿Habría conflicto en Venezuela y Libia si no tuvieran petróleo?

¿Por qué se lucha y se seguirá luchando en Afganistán ahora que, 17 años y 110.000 muertos después, EE.UU. y la OTAN preparan la retirada? ¿Por qué empezó la guerra en todo caso?

Al Qaeda, responsabl­e del mayor ataque que ha sufrido nunca Estados Unidos –tres mil muertos el 11 de septiembre del 2001, día que arrancó esta era–, tenía bases en Afganistán. Al Qaeda está ahora en Libia, Iraq, Siria, Yemen, Somalia y otros países. También está en Afganistán, amparada por los talibanes, y la barbarie islamista aprovechar­á allí la retirada occidental para someter a las mujeres y asesinar a las minorías y la disidencia.

Giovanni Drogo veía espejismos sobre el desierto de los tártaros, intuía luces en el horizonte, ilusiones que alimentaba­n su reticencia, su no hacer nada pensando que lo hacía todo para merecer la oportunida­d de ser héroe. Aunque creía que no. él era dueño de su destino, igual que lo somos nosotros y los muertos sin rostro de cada mañana.

Ocho años después de las primaveras árabes, nadie aplaude a los sudaneses que luchan contra la dictadura

 ?? FAROOQ NAEEM / AFP ?? Un soldado pakistaní, la semana pasada, de guardia en la frontera con Afganistán
FAROOQ NAEEM / AFP Un soldado pakistaní, la semana pasada, de guardia en la frontera con Afganistán
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain