La Vanguardia

El regreso de Indira Gandhi

La nieta de Indira Gandhi asume desde febrero la secretaría general del Partido del Congreso en la mitad oriental de Uttar Pradesh

- JORDI JOAN BAÑOS Estambul. Correspons­al

Indira ha vuelto”, proclaman los carteles del Partido del Congreso en el estado más populoso de India. Junto a un pequeño retrato en blanco y negro de la primera ministra mártir –y una estampita de la poderosa diosa Durga– domina el rostro a todo color de su fotogénica nieta. Porque, tras mucho deshojar la margarita, Priyanka Gandhi, a los 47 años, ha decidido que es hora de empezar a trabajar. Y la política india no volverá a ser la misma.

Los militantes llevaban una década y media desgañitán­dose: “Traed a Priyanka, salvad el Congreso”. Pero Rahul Gandhi, presidente del partido, ha esperado a cosechar sus primeros éxitos personales –en Rajastán, Madhya Pradesh y Chatisgarh– para “promociona­r” a su carismátic­a hermana: “Priyanka Gandhi asume desde febrero la secretaría general en la mitad oriental de Uttar Pradesh”, vino a decir. Y desde entonces no se habla de otra cosa. No de sus ideas, del todo desconocid­as, sino de ella y de sus circunstan­cias, como es propio de las estrellas. Y de cómo cuida su parecido con la abuela, tanto en el peinado como en el sari, casi de rigor.

La bisoña Priyanka tendrá a su cargo la seducción electoral de nada menos que cien millones de votantes en el gran estado del norte. Conoce el paño, porque desde 2004 ha colaborado en las campañas de su hermano y de su madre, Sonia Gandhi, en sus respectiva­s circunscri­pciones

Priyanka tendrá a su cargo la seducción electoral de cien millones de votantes en el gran estado del norte

de Amethi y Rae Bareli, los dos únicos feudos que allí le quedan al Partido del Congreso.

El paso al frente de Priyanka coincide con la voluntad de Sonia Gandhi de ir abandonand­o la escena, por motivos de salud y de edad, 72 años bien llevados. La joven política podría pelear por el escaño materno, pero también podría plantar cara al primer ministro Narendra Modi en Benarés o al yogui que gobierna Uttar Pradesh en Gorakhpur, circunscri­pciones de su zona. Los medios indios enloquecer­ían.

India reparó en la niña Priyanka en la cremación de su abuela y luego en la adolescent­e Priyanka en la cremación de su padre, Rajiv Gandhi. Aquellos magnicidio­s resultaron en una vida anómala, con tutores y decenas de agentes a cargo de su seguridad. Hasta ahora.

Su madre tomó con desgana el relevo de Rajiv Gandhi en el partido, cediendo a la presión de los militantes. Pero luego ha sido una leona a la hora de asegurarse que el Congreso Nacional Indio, como si de una finca se tratara, pasara a la siguiente generación de la “dinastía” Nehru-Gandhi. En la patriarcal India debía ser Rahul, pero como no termina de cuajar y además no tiene descendenc­ia –ni pareja conocida– se impone Priyanka como salvaguard­a. Esta tiene además un hijo y una hija, Raihan y Miraya. Antes de eso, Priyanka Gandhi estudió restauraci­ón, se licenció en psicología y luego hizo un máster en estudios budistas. No por azar, el área bajo su responsabi­lidad está cuajada de escenarios de la vida de Buda. Pero su beatífica presencia servirá, sobre todo, para recuperar de las manos de Modi votos de las castas altas. “Tú eres nuestra diosa y nosotras tus devotas”, le decían ya, para su horror, mujeres del pueblo hace más de una década.

Rajiv Gandhi fue asesinado en un mitin, en un complot no del todo esclarecid­o atribuido a los Tigres Tamiles de Sri Lanka. Priyanka tenía 19 años. Veinte años después visitó en la cárcel a una supuesta colaborado­ra del comando suicida. Para perdonarla, pero también para preguntarl­e quién había sido.

El talón de Aquiles de Priyanka es su marido, Robert Vadra, al que co- noció de muy joven. A su aspecto de galán de feria y carne de gimnasio, se unen sus trapicheos urbanístic­os. Vadra, de madre escocesa , es el primero en resaltar su parecido con Asif Ali Zardari, el viudo de Benazir Bhutto. Humor negro, teniendo en cuenta que Zardari llegó a presidente de Pakistán gracias al atentado contra su esposa. De momento, son otros familiares de Vadra los que fallecen de modo poco natural: primero su hermana -en accidentey luego su hermano y su padre, en sendos suicidios. Poco antes, Vadra había cortado con ellos reprochánd­oles que se aprovechar­an de su nombre. Un nombre, Robert Vadra, que figura visiblemen­te en los aeropuerto­s indios entre el puñado de personalid­ades exentas de cacheo, junto al presidente o el dalai lama.

Los Vadra Gandhi viven en una urbanizaci­ón de Delhi con solera, Friends Colony, y compran en el enclave diplomátic­o de Khan Market. Sus hijos ya están en la raya de la mayoría de edad y tal vez no aprecian como antes las magdalenas recién horneadas de mamá. Así que todo empuja hacia los focos a esta ama de casa algo ascética, que ahora promete estrenarse en Facebook y Twitter. También amaga con darse un chapuzón en breve en la confluenci­a del Ganges y el Yamuna, en Allahabad -solar del bisabuelo Neh-ru-rebautizad­a como Prayag por el islamófobo Modi.

Como este, buena oradora en hindi -y además en inglés- Priyanka comunica siempre y ruge, como su abuela, cuando correspond­e. Se busca mensaje. Un viceprimer ministro ha ironizado que la política no es un concurso de belleza. Pero nada moderará el entusiasmo de un partido a las puertas del concurso de acreedores, ni de un pueblo ávido de sagas de poder.

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PAWAN KUMAR / REUTERS Priyanka Gandhi, nieta de Indira Gandhi, haciendo campaña a favor de su madre, Sonia Gandhi, en el estado de Uttar Pradesh en el 2014

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