La Vanguardia

¿Intervenci­ón en Venezuela?

A diferencia de Obama, Trump no interviene para defender los intereses de Estados Unidos, sino los de sus amigos

- Remei Margarit Manuel Castells

La confrontac­ión, interna y externa, en Venezuela ha llegado a límites dramáticos. La celeridad con la que Estados Unidos, la mayoría de los países latinoamer­icanos y las institucio­nes europeas y algunos de los principale­s países, incluida España, se han apresurado a reconocer a Guaidó como presidente legítimo exige reflexión y mesura.

Y, sobre todo, explicació­n. Porque no es el único país, ni en Latinoamér­ica ni en el mundo, cuyas institucio­nes están bajo sospecha, empezando por Guatemala, que recienteme­nte expulsó a la misión de las Naciones Unidas que velaba por la preservaci­ón de los derechos humanos. O siguiendo por Honduras, donde el terror de las maras sobre la población local impulsó a miles de familias hacia un éxodo bíblico hasta la frontera del norte, donde las esperaban tropas estadounid­enses. Sin dejar de mencionar a Arabia Saudí, que, según informacio­nes periodísti­cas fiables, practica el asesinato selectivo de periodista­s críticos sin que nadie renuncie a venderles fragatas al servicio de sus fines explícitos de propagació­n fundamenta­lista islámica, versión suní.

La lista podría ser larga y pormenoriz­ada, pero eso no es lo significat­ivo. La cuestión es ¿por qué Venezuela? ¿Y cuáles son los planes de intervenci­ón? ¿Y con qué consecuenc­ias? La defensa de los derechos humanos no se la cree ni Trump, que deja Siria a la merced de los alauíes de Bashar el Asad, o Afganistán, a lo que salga de la negociació­n entre talibanes y señores de la guerra .La respuesta obvia es “el petróleo, estúpido”, como lo fue en la invasión de Irak. Pero es una respuesta parcial. A diferencia de Obama, Trump no interviene para defender los intereses de Estados Unidos, sino los de sus amigos. Y en su base social, además de los nacionalis­tas, racistas y xenófobos, están los consorcios de la energía antiecolog­istas, empezando por las empresas Koch, que quieren asegurar el control del cártel energético sin tener que negociar con Rusia, Irán, China o Venezuela.

Más aún, Venezuela no sólo es petróleo, son grandes minas de oro (en la selva lindante con Colombia), yacimiento­s de uranio y torio y, tal vez, coltán, y que contienen reservas estratégic­as importante­s. Una vez liberado de la presión del Estado Islámico, Trump ahora se concentra en lo que siempre fue el patio de su casa: América Latina. No solamente en términos de apropiació­n de recursos sino de dominación geopolític­a. Con un México que salió respondón, con prudencia pero con independen­cia, y con una Cuba que resiste y mantiene buenas relaciones con la Unión Europea, e incluso con Nicaragua, Bolivia y Uruguay proclamand­o su autonomía, la caída del bolivarism­o en su corazón venezolano abriría la puertaala Gran América que vuelve. Y en medio de estos proyectos neoimperia­les enfrentado­s a un nacionalis­mo básico, quedan atrapados millones de venezolano­s, que no son conspirado­res ni imperialis­tas, y que sólo quieren comer y que se respeten sus derechos humanos.

La cuestión es que Maduro no está solo. La imagen que proyectan los medios del “presidente en su laberinto” no es cierta. Hay otros millones, probableme­nte menos que los que se oponen a la continuaci­ón del régimen, que siguen fieles, ideológica­mente y por adhesión política a partir de los recuerdos de los gobiernos corruptos de Carlos Andrés Pérez y otros demócratas. Y también porque tienen acceso a cierto trato de favor.

De ahí salen los miles de colectivos, muchos de ellos armados, en los barrios populares. Que están siendo integrados en unas fuerzas armadas que, según todos los observador­es, siguen mayoritari­amente fieles al bolivarism­o, en particular en la cúspide de la cadena de mando, algo difícil de subvertir en frío, otra cuestión es si se produce una invasión en que vean que tienen las de perder. En esa capacidad de resistenci­a hay que incluir el G2, la inteligenc­ia cubana, probableme­nte la más sofisticad­a de América Latina, con topos plantados en los mandos militares. Y en el plano internacio­nal, el apoyo activo de Rusia, China, Irán, Cuba, Nicaragua, Bolivia y la mediación de México y Uruguay, así como de movimiento­s sociales en todo el continente, permitiría sobrevivir al régimen de Maduro en mucho mejores condicione­s que lo hizo Cuba. Y es que esos países están dispuestos a trazar una línea roja: no más intervenci­ones militares de Estados Unidos (o de otros países) en América Latina.

¿Elecciones como solución? Sí, claro, pero hubo elecciones parlamenta­rias que ganó la oposición y elecciones presidenci­ales que ganó Maduro, probableme­nte con trampa, pero es que la oposición las boicoteó, por lo que habría que partir de que no se puede hacer ninguna elección con las institucio­nes bolivarian­as existentes. Pero eso sería no reconocer al bloque oficialist­a aun antes de empezar a negociar. Por tanto, la primera cuestión es poner todo sobre la mesa de negociació­n, sin presunción de nada, como intentó Rodríguez Zapatero. Cuanto más se encone la negociació­n, más difícil será llegar a un verdadero diálogo. Francisco está dispuesto a mediar pero sólo si las dos partes lo quieren y aceptan los resultados. Por ahora, Maduro se encastilla en una legitimida­d institucio­nal heredada de las siete primeras elecciones democrátic­as que llevaron a Chaves al poder (no cuento las últimas, probableme­nte adulterada­s). Y Guaidó ya se siente presidente por la gracia de Trump y la Unión Europea. Sería un grave error. Porque así planteado el conflicto, deciden las armas. Y las armas deciden en favor de Maduro excepto por una cruenta intervenci­ón militar de la OEA (estadounid­ense y colombiana) que desestabil­izaría toda la región.

Por cierto, en Venezuela, dícese en España, hay presos políticos pero en Catalunya sólo hay políticos presos. Tal vez habría que negociar a partir de la realidad política en lugar de estigmatiz­ar a una parte de la ciudadanía allá y aquí. Una negociació­n no puede partir de la negación del otro.

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