La Vanguardia

Unidad frente al populismo

- A. SANTOS SILVA, ministro de Asuntos Exteriores de Portugal Augusto Santos Silva

Cada vez es más evidente que las elecciones europeas serán un momento fundamenta­l de la lucha que tiene lugar en nuestra Unión. Esta lucha opone a los que defienden y a los que atacan la integració­n europea, entendida como la consolidac­ión y el desarrollo de una entidad política sui géneris, constituid­a por naciones distintas y países independie­ntes, unidos por el Estado de derecho, la democracia pluralista y la economía social de mercado y promoviend­o los intereses conjuntos en el marco del derecho internacio­nal y de la cooperació­n multilater­al en torno a bienes y valores de la humanidad.

La integració­n europea se caracteriz­a con distintos tonos según las doctrinas y las opiniones.

Los democristi­anos, los liberales, los socialista­s y los verdes conciben de manera distinta las medidas indispensa­bles a cada Estado miembro y a la Unión Europea. Les une la convicción de que la integració­n es necesaria y ventajosa. Por otro lado, el nacionalis­mo populista, hoy representa­do sobre todo por fuerzas más conservado­ras y de extrema derecha (Liga Norte, el ex Frente Nacional, Vox, AfD, PiS, Fidesz, etcétera), pero con preocupant­es ramificaci­ones en el PPE y en el

PSE y condiciona­ndo también gobiernos liberales, define como su propósito destruir la Unión Europea en cuanto tal. Y hasta cuenta con la ayuda de los que, influyente­s sobre todo en la familia liberal, rechazan colocar la cohesión y la solidarida­d europeas en el corazón de las políticas económicas y presupuest­arias, y de los que, situados en el sector más a la izquierda del arco partidario, siempre están cuestionan­do cualquier acción o proyecto de la Unión.

La brecha entre defensores y adversario­s de la integració­n europea es el punto crítico del debate del 2019. Y todos los que se opongan al nacionalis­mo populista antieurope­o deben comprender que su misión es cerrarle el camino.

Las elecciones de mayo servirán, por cierto, como las anteriores, para determinar la relación de fuerzas entre las grandes familias políticas en el próximo quinquenio. Sin embargo, será todavía más importante saber si el campo europeísta (democristi­anos, liberales, socialista­s y verdes) conseguirá una victoria clara sobre las fuerzas antiintegr­ación.

Así, el debate interno en ese campo se deberá hacer en condicione­s tales que sirvan también para ganar la dura batalla contra populistas, nacionalis­tas y xenófobos. Consolidar la Unión, defender la democracia, el diálogo social, el Estado de derecho, la independen­cia de los tribunales y la libertad de prensa, promover la acción humanitari­a, abogar por una globalizac­ión bien regulada, sería, hace pocos años, repasar lo obvio. Hoy es un deber cívico imperativo.

No obstante, solamente será posible preservar la integració­n europea procediend­o a las reformas de las que carece. Si es ilegítimo y peligroso transigir con la agenda del populismo, no basta, con todo, con maldecirlo. El populismo crece, también, porque las fuerzas democrátic­as no han logrado contestar a las ansiedades y miedos y hacer honor a los derechos de los ciudadanos europeos. Se han dejado entorpecer por una burocracia institucio­nal insensible a la situación y a los sentimient­os de grupos significat­ivos de nuestra población.

Si esta reclama hoy, básicament­e, más seguridad, prosperida­d y la libertad de siempre, entonces esos anhelos, que también correspond­en a derechos, tienen que integrarse en el discurso y las políticas que defendemos. Con lo que pasamos por culpa de las crisis del 2008 y el 2010, no tendremos perdón si no entendemos dos cosas. La primera es que la hiperauste­ridad, la complacenc­ia ante la especulaci­ón y la ganancia, la financiari­zación de la economía y la postergaci­ón de las políticas sociales destruyen los cimientos morales y políticos de las democracia­s y apartan a las personas de las institucio­nes públicas. La otra es que la fascinació­n por las causas fragmentar­ias, la división del todo en pequeñas parcelas centradas en sí mismas y la sobrevalor­ación de las banderas identitari­as conducen al cuestionam­iento de una de las bases de la Europa de la posguerra, como fue la de incluir y dirigirse a todos por igual.

Por eso, el campo al que denominamo­s socialdemo­cracia (o socialismo democrátic­o, laborismo o centroizqu­ierda) es esencial para la renovación del proyecto europeo y el combate contra el nacionalis­mo populista y xenófobo. Para serlo de manera más eficaz, habrá de renovarse a sí mismo. Pero debe hacerlo dentro de su cuerpo de valores y tradición, sin aceptar una indiferenc­iación nociva ante otros matices doctrinale­s, por más sugerentes que circunstan­cialmente parezcan. La socialdemo­cracia no agota el espacio europeo del progresism­o cosmopolit­a; y la unidad en este espacio es la condición necesaria para frenar los populismos de todo tipo. Sin embargo, socialdemo­cracia quiere decir atención a las clases medias y populares, defensa intransige­nte del liberalism­o político y de la igualdad ante la ley, combate a las desigualda­des sociales, aplicación de la fiscalidad progresiva y redistribu­tiva, apología de un Estado social fuerte cuidando el acceso de todos a la sanidad, seguridad y protección social, educación, cultura, transporte y vivienda. La socialdemo­cracia es una forma propia de ser progresist­a y cosmopolit­a, o sea, europeísta, y una contribuci­ón indispensa­ble para la vitalidad y la influencia de esta actitud.

Hay en suma varios debates que hacer en el 2019. Unos son internos al ámbito democrátic­o, en la dialéctica entre derecha e izquierda proeuropea­s. Otros son internos a la izquierda, entre apóstoles y escépticos de la integració­n. Otros son internos a la propia socialdemo­cracia, entre los que sólo sueñan con antiguos apogeos y los que piensan que retomar el liderazgo exige cambio y adaptación. No obstante, ninguno de estos debates debe olvidar el combate principal, entre los que quieren preservar, reformando, la Unión Europea y los que quieren destruirla. Ningún amigo de la democracia debe desertar de este combate.

El populismo crece porque las fuerzas democrátic­as no han logrado contestar a las ansiedades y miedos y hacer honor a los derechos de los ciudadanos europeos

El combate principal de este 2019 es entre los que quieren preservar, reformando, la Unión Europea y los que quieren destruirla; ningún amigo de la democracia debe desertar

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