¿A qué obedece el aumento de la agresividad?
Desde que empezó el año, no hay día que no tengamos una nueva noticia sobre crímenes machistas, violaciones en grupo o abusos sexuales. La pregunta que surge es si se trata de fenómenos en aumento o ahora se hacen más visibles. Seguramente las dos cosas son ciertas. La sensibilidad social sobre estos temas es mayor y su visibilidad, además, anima a otros a denunciarlas.
Ser víctima de un abuso implica, aunque parezca paradójico, sentir vergüenza y culpa. Por lo que piensan que podrían haber hecho y no (pudieron) hicieron, o por las consecuencias que tendría en su entorno esa denuncia. Saber que otra persona ha dado el paso les ayuda a franquear esa vergüenza y testimoniar su sufrimiento.
Dicho esto, algunos datos nos confirman que ese aumento sí existe. Hace poco el hospital Clínic nos informaba que sólo en el 2018 atendieron 400 casos de agresiones sexuales, un 33% más que el año anterior. También nos señalaba que el 62% se producían en menores de 25 años. Y, además, se constata que la crudeza de estos abusos y crímenes es mayor.
¿Cómo entenderlo? Les propongo dos hipótesis. La primera es que vivimos en una sociedad cada vez más indignada y asustada por todas las incertidumbres que se nos vienen encima. Entre ellas, y no es menor, las identidades sexuales que hasta hace unas décadas definían de manera clara –y rígida– los papeles de cada uno, otorgando a los varones unos derechos y un estatus que ahora están en cuestión.
Esa masculinidad patriarcal está en peligro y algunos lo viven como una catástrofe. Por eso no es extraño que cada vez más discursos de extrema derecha vengan a salvar al hombre, a este hombre en crisis. La distopía imaginada por M. Atwood en El cuento de la criada parece hacerse realidad en las promesas de algunos, que les gustaría volver a dejar a las mujeres ocupadas en su maternidad.
Esta versión de lo femenino reducido a la reproducción, y por tanto normativizado, más la rabia de algunos por el lugar y el lazo perdidos, contribuye sin duda a exacerbar las respuestas violentas ya que, en cierto modo y aunque no sea explícito, otorga legitimidad a unas conductas y condena otras. La otra hipótesis, también novedosa, tiene que ver con el hecho, ya firme, de que la iniciación sexual de los jóvenes es el porno online.
Al dato de la ONU, que nos advertía en el 2106 que los mayores consumidores de porno online en el mundo eran chicos de 12 a 17 años, se suman muchas otras investigaciones que lo confirman. Y que, además, muestran cómo el porno que consumen estos adolescentes es mucho más violento que el de los adultos. La psicóloga Collett Smart, en su reciente libro They’ll be Okay , aporta algunos datos interesantes como el aumento de desgarros anales entre chicas de 16 años o síntomas de disfunción eréctil en los varones, angustiados ante lo que se supone debería ser su performance, que incluye ahogamientos y prácticas sado. Para la mayoría, su primer experiencia del sexo son esos vídeos, donde la mujer es un objeto de goce, a usar sin demasiados límites.
Afortunadamente constatamos ya, en la práctica clínica, una primera defensa frente a eso, que es la vergüenza. Los propios chicos se avergüenzan de ello al ser descubiertos, incluso por un amigo, y se confrontan a esa mirada en la pantalla. Pero queda por investigar hasta qué punto esta nueva modalidad de iniciación sexual está colaborando, junto con el modus operandi de la manada, a violaciones y abusos donde los límites del pudor y de la vergüenza dejan de funcionar en el acto grupal.
El porno que ven los jóvenes es mucho más violento y avergüenza a los propios chicos