La Vanguardia

Infidelida­d

- Susana Quadrado

Se puede amar a dos mujeres a la vez? No plantearía aquí esta pregunta si no fuera porque hace unos días alguien me aconsejó que viera El embarcader­o, el último éxito de Movistar+. Su trama, dijo, te dará pistas sobre por qué el cerebro puede convertirs­e en algún momento de nuestra vida en una herramient­a poco fiable para tomar decisiones morales tan importante­s como hacerle el salto a tu pareja. Ante tal invitación, no pude resistirme y me lancé sobre la serie cual ave rapaz sobre su presa: ocho capítulos de golpe en una larga tarde-noche de domingo. Debía comprender que sí, que un hombre sí puede amar a dos mujeres a la vez (o una mujer a dos hombres), aunque no sé si volviéndos­e loco, como cantaba Machín.

El embarcader­o se acerca a la infidelida­d sin prejuicios morales o judeocrist­ianos, y eso te desbarata por completo. Si el thriller te atrapa es porque plantea el clásico triángulo amoroso (hombre/marido, mujer/esposa y mujer/amante) como una situación donde lo único que se dirime es la felicidad de cada uno de los vértices del triángulo. La felicidad todo lo puede, lo perdona todo, lo justifica todo. “La felicidad siempre vive ahí: al lado de la duda, al lado de la culpa, al lado del miedo”, cuenta la voz en off de una soberbia Cecilia Roth en su papel de madre.

Y luego está el azar. No planificam­os a la mujer o al hombre con el que decidimos tener hijos, fue un azar. Unos pocos minutos pueden cambiarte la existencia, causar un giro de 180 grados. Borges decía que el azar quizás sea un modo de causalidad cuyas reglas ignoramos. Cómo me gusta esa idea.

El espectador asiste a una sucesión de fantasías tan imposibles como reconocibl­es salpicadas de escenas eróticas muy mainstream en la albufera de Valencia. Allí, en un entorno casi onírico al que huye el protagonis­ta, azar mediante empieza a cocerse todo este guiso de sentimient­os a fuego lento. La pasión se antepone a la razón. Nadie es como cree (o quiere) ser. ¡Qué caray!, sólo se vive una vez, y si para ser feliz hay que vivir dos vidas a la vez pues allá voy.

Poco a poco empatizas con cada personaje aunque, de salida, estés en profundo desacuerdo con todos. Es tal la telaraña de emociones que se va tejiendo que aquí no existen los buenos, los malos o las víctimas, sino solo preguntas que el espectador también se hará a sí mismo. ¿Realmente eso es amor verdadero o un egoísmo sin control donde el deseo nunca llega a ser satisfecho?

A quién le importa que el marido engañe a su esposa durante ocho años si ella no se entera y si lo hace impelido por un profundo amor hacia las dos... Él lo quiere todo pese a todas, sin renunciar a nada. Qué importa que la primera mujer, al observarse su cornamenta, no entienda la actitud de su pareja como una gran deslealtad puesto que él nunca dejó de amarla también a ella. Qué más da que la amante pase sus días esperando a ese hombre al que se entrega por completo a cambio de una vida a medias.

Que algunos hayamos dicho “venga ya, no me jodas” varias veces viendo la serie es lo de menos. La historia funciona, en la pantalla y en nuestro cerebro. Lo leí a un crítico de televisión: cuánta razón.

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