La Vanguardia

Magia y poder

- Arturo San Agustín

Cuando el panzudo Nicolás Maduro, seguidor del gurú o santón indio Sai Babá, dijo que había escrito al papa Francisco pidiendo ayuda, pensé en un salesiano español que conocía muy bien Venezuela. Está enterrado en un cementerio barcelonés cuyo nombre silenciaré porque no hace mucho, en Roma, un salesiano venezolano me informó de que en Caracas, en el mausoleo de su comunidad, ubicado en el Cementerio General del Sur, ya no reposan los restos de sus compañeros. Los exhumaron e incineraro­n. Ese mausoleo ha sido profanado en varias ocasiones. Los cráneos y fémures son muy valorados por los practicant­es de la palería, la religión del palo. Por un cráneo se pueden pagar hasta 100 dólares.

El salesiano enterrado en Barcelona fue el primero que me permitió atravesar las murallas vaticanas. Durante varios años fue el secretario personal del muy poderoso y discutido cardenal venezolano Rosalio José Castillo Lara, administra­dor de la Santa Sede y gobernador de la ciudad del Vaticano. El cardenal, que todos los viernes comía bacalao, nació en Güiripa, que es tierra de caraotas, mangos y tomaticos cagones. Cuando se jubiló decidió regresar a Venezuela y allí se enfrentó abiertamen­te con aquel gallo que, cuando convenía, manejaba con soltura un pequeño crucifijo. Hugo Chávez acusaba al cardenal Castillo Lara de ser un demonio vestido de rojo y este le respondía diciendo que él creía ser Simón Bolívar, pero que sólo pretendía imponer a la fuerza la mentira y el engaño de un proyecto político que ya había fracasado en otros países. Y así todo el rato. Hasta que murió el cardenal.

La oligarquía económica venezolana y los predecesor­es del golpista Chávez y de su imitador Maduro (una mala fotocopia del primero) tuvieron que hacerlo muy mal, rematadame­nte mal, para que el comandante que practicaba la santería y la palestía pudiera llegar al poder y al sable del Libertador, venerado por los pelabolas, los pobres. En su libro Los brujos de Chávez el venezolano David Placer cuenta que fue en Sudáfrica, aprovechan­do una reunión de la FAO, donde el comandante del chándal patriótico captó la energía de sus ancestros. Desnudo y rodeado de sacerdotes babalawos cubanos y brujos, Chávez, en plena noche, gritó entre atronadore­s tambores una serie de conjuros.

Venezuela tiene petróleo y los Castro siempre han sabido mezclar y exportar magia, militares y servicios de inteligenc­ia. Magia, la cubana, que es también una eficaz herramient­a política. Pero Chávez no fue el primer político que utilizó la magia y el espiritism­o para intentar mantenerse en el poder. Y, al final, tanto el comandante parlero como su malafotoco­pia, ese armario con bigote que responde por Maduro, han acabado pidiendo ayuda al Vaticano, estado en el que mandó durante un tiempo el cardenal Castillo Lara. Así es la vida. O la falta de política, que a veces nos impone bueyes sonrientes como Maduro o descaradam­ente resentidos como Quim Torra, que ofende diariament­e a muchos catalanes.

Desnudo y rodeado de sacerdotes cubanos y brujos, Chávez gritó entre tambores una serie de conjuros

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