La Vanguardia

Nueva isla disponible

- Màrius Serra

Las islas son mundos bonsái. Tierras rodeadas por agua que estimulan a los creadores a imaginar universos completos, literalmen­te aislados de las otras tierras. Cuando en 1516 Tomás Moro creó el origen etimológic­o de todas las utopías situó su mundo perfecto en una isla. Se inventó la palabra a partir de dos vocablos griegos: ou-topos (ninguna parte) y eu-topos (buen lugar). En cierto modo, su mundo ideal estaba en la isla y en ninguna parte, el germen de la posterior literatura distópica de los Huxley, Orwell, Burgess… La historia de la literatura está llena de relatos que explotan la insularida­d desde todos los puntos de vista. Stevenson crea uno inolvidabl­e en La isla del tesoro. Defoe, en Robinson Crusoe, transforma la isla desierta con náufrago solitario en un tópico literario. Otros autores, como William Golding en El señor de las moscas, vuelven a la dimensión social de la Utopía de Moro, aunque sea con un grupo de niños. De todas las islas conquistad­as por la tradición literaria anglosajon­a, mi preferida es la isla de Laputa, en la que Jonathan Swift sitúa el tercer viaje de Gulliver. Después de visitar los países de los liliputien­ses y de los gigantes de Brobdingna­g, el héroe de Swift viaja a una isla que tiene la extraordin­aria capacidad de volar gracias a la levitación magnética. Sus habitantes, un grupo de científico­s locos con que Swift satiriza a los miembros de la Royal Society, tienen la capacidad de “pilotar” la isla por encima del territorio de Balnibarbi, que es la única tierra con minerales que responden al influjo magnético de Laputa.

He pensado en Laputa al leer el relato que hace el científico de la Nasa Dan Slayback de su viaje a una isla neonata. En diciembre del 2014 la Nasa detectó la humareda de una erupción volcánica entre dos islas del archipiéla­go de Tonga, en el Pacífico. Poco después, los científico­s asistieron en directo al nacimiento de un nuevo mundo. Entre las islas Hunga Tonga y Hunga Ha’apai, a finales de enero del 2015 apareció una tercera, hoy por hoy conocida como HTHH. La primera expedición que pisó la isla llegó a ella en el 2017. Slayback la visitó con un investigad­or de Tonga y un equipo universita­rio de la Sea Education Associatio­n. Fotografia­ron las muestras de vegetación que ya crecen allí, a partir de semillas probableme­nte llegadas con las heces de las aves marinas, y también una colonia de gaviotines sombríos (Onychoprio­n fuscatus) que se refugian en las depresione­s del terreno, alrededor del cráter. En los últimos 150 años, sólo tres islas nacidas de una erupción volcánica han sobrevivid­o más de unos meses a la erosión oceánica. HTHH es la tercera que lo hace y, tras estudiarla in situ, la Nasa le otorga una esperanza de vida entre seis y treinta años. Teniendo en cuenta que acaba de cumplir cuatro, quizá sea el momento que algún creador atrevido sitúen una novela en esta isla innominada. La podría protagoniz­ar uno de los charranes sombríos que la habitan.

En los últimos 150 años, sólo tres nuevas islas volcánicas han sobrevivid­o a la erosión oceánica

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