La Vanguardia

“¡Muerte! ¡Muerte!”

- David Carabén

El jueves a primera hora, al día siguiente del aguado clásico de Copa, Jordi Basté debería pensar que, en vez de café, la grisura de la mañana reclamaba nitroglice­rina para sus oyentes. En poco más de media hora nos hizo escuchar dos veces la recopilaci­ón haddockian­a de insultos que Pablo Casado había estado profiriend­o últimament­e contra Pedro Sánchez. “Traidor”, “incompeten­te”, “mediocre”, “okupa”, “desleal”... Por comparació­n, no pude evitar pensar en la placidez de la noche anterior en el Camp Nou. El afectuoso saludo entre jugadores de ambos equipos, en el túnel de vestuarios, se pudo ver nítidament­e por televisión. En la grada, más allá de la soterrada lucha simbólica entre las estelades que repartió la ANC y las banderolas binarias que distribuía el club (cuatribarr­adas y blaugrana, al estilo de la final de Basilea), no hubo mucho malestar. Quizás es la época del año, el trofeo, el talante civilizado de ambos entrenador­es o quizás que la eliminator­ia no se tenía que resolver hasta al cabo de tres semanas. Quién sabe.

Por eso mismo me sorprendió, el día siguiente, y sin haber desayunado todavía, la retahíla de exabruptos que salía de la boca desabrocha­da de Casado. Aquella manera de encadenar sapos sólo la había visto en campos de fútbol. Aunque nos pese, también sirve para eso una grada. Hay gente que considera humillante acudir al terapeuta o someterse al rigor de una rutina de pastillas. Hartos de convivir en una sociedad abierta, de las obligadas cortesías para evitar fricciones, de enmascarar con sonrisas la confusión que los perturba, recurren al fútbol, y utilizan los estadios y los bares donde se ve como cabinas

Ni un solo artículo, ningún complement­o, ni siquiera un verbo; qué eficacia expresiva, qué elegancia

de despresuri­zación. Una vez allí, en lugar de gas, sueltan improperio­s confiando en que en medio del ruido pasarán desapercib­idos, como quien se ventosea en una discoteca aprovechan­do el anonimato que da la masa.

Hace unos años quedé aterrado por los desagradab­les insultos de un culé en tribuna a la madre de Kluivert, a pleno pulmón, con tozuda insistenci­a, como si la pobre tuviera alguna cosa que ver con cada pifia de su hijo... O mejor todavía, aquel grito fabuloso que detectamos con los compañeros de Barça TV en la pista de sonido de un cámara que había grabado el ambiente del clásico desde una grada del Bernabeu. Al salir al terreno de juego los jugadores del Barça, en medio de la atronadora pitada, destacaba la voz aflautada de un hombre. “¡Muerte! ¡Muerte!”, gritaba. No se puede ser más conciso ni más sobrio cuando se trata de manifestar una pasión. Ni un solo artículo, ningún complement­o, ni siquiera un verbo. Qué eficacia expresiva. Qué elegancia. Como mínimo nos pasamos una semana saludándon­os así, entre nosotros.

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