La España de WhatsApp se enfrenta a Twitter
La concentración de Colón recoge al mismo bando que ya llenó esta plaza en plena crisis catalana, en octubre del 2017
Sostiene el periodista Manuel Ligero que el rumbo político del mundo depende de los jóvenes. De su número, no de su criterio. Que tras la I Guerra Mundial y sus 8 millones de muertos, Europa, diezmada de jóvenes, acabó abrazando un fascismo continental. Y que el baby boom posterior a la II Guerra Mundial trajo una generación tan abundante que lanzó en los sesenta a Occidente a la mayor revolución pacífica de su historia, la que acabó consagrando los derechos civiles y sublevando las costumbres. Hoy Europa envejece mientras un giro autoritario recorre el continente de Varsovia a Sevilla para darle la razón a Ligero.
La manifestación de ayer en Colón fue un gesto de fuerza generacional. Con decenas de miles de personas, es obvio que había gente de todas las generaciones, pero también era patente que mandaban las canas y el Farmatint. Eran muchos, pero algunos menos los que en octubre del 2017 –convocados entonces por la Fundación para la Defensa de la Nación Española y sin el motor ni los autobuses gratuitos de los partidos– llenaron la misma plaza pidiendo “cárcel para los golpistas”. Fue aquel un día soleado en el que otros se reunían bajo novísimas banderas blancas en Cibeles para pedir diálogo: “Parlem?”.
Hay un indudable corte generacional en el temor del nacionalismo español, un sesgo relevante dado el envejecimiento de la población española. Hay mucha gente mayor atemorizada porque lo que siempre fue deje de ser, gentes que, pasada la cincuentena, han visto descarrilar la ilusión solidificante del Fin de la Historia junto a la esperanza de legar a sus hijos y nietos una España más próspera y estable que la que sus padres les entregaron, y que se ponen nerviosos ante la miríada de usos, costumbres y aplicaciones de móvil que cambian las reglas. A mediodía de ayer, un joven tuitero provocaba: “Estáis perdiendo miles de oportunidades si no vais a Colón con el Grindr abierto”. Grindr es la más famosa aplicación móvil para el ligoteo gay, un programa que te avisa de la proximidad de otros homosexuales dispuestos para un encuentro. Ese tuit guasón resume, tan bien o mejor que el desafío catalán, la congoja de la España que ayer agitaba banderas orgullosa y nostálgica de lo que fuimos, o creímos ser.
Españoles a los que les irritan los cambios, mientras se pasan airados
mensajes y noticias falsas por WhastApp que hablan de pactos secretos de rendición ante el independentismo o el chavismo, de un plan para que los criminales vivan como marqueses en cárceles de lujo mientras nuestros abuelos son aparcados en residencias infectas que lindan con el gulag. Una España que afirma sin despeinarse que los progres tratan mejor a los malhechores, etarras, extranjeros y separatistas que a “la gente de bien”. Mentiras rutilantes para cargarse de razones y echar la culpa a alguien de una incontrovertible verdad: que la incertidumbre es la característica genuina de todo presente. Mucho más, de uno acelerado por una revolución tecnológica.
Un hombre explicaba a su mujer en las inmediaciones de la calle Amador de los Ríos que los catalanes han pactado con Pedro Sánchez la transferencia de las competencias de justicia para que sean jueces con barretina los que decidan el destino de los responsables del procés. La noticia le llegó en forma de vídeo por WhastApp, la aplicación donde los grupos de familias y padres de alumnos se cierran en sí mismos, tan impermeables a la disidencia como a la verdad. Es falso que las mentiras medren en la redes sociales, allí aparece su cadáver, sí, porque es donde mueren. Es como contar una mentira a un compañero en el recreo o anunciarla por los altavoces del instituto: las posibilidades de supervivencia de un bulo se reducen drásticamente conforme se ensancha su público. Twitter ilustra ese paradigma, pues en cuanto una mentira se vuelve viral es ametrallada por desmentidos. Las mentiras infectan a los discretos: esas mismas falacias ajusticiadas en las redes hallan una segunda y próspera vida eterna en forma de meme o vídeo en los grupos de WhastApp, la comunicación digital preferida de los mayores, esos que nunca tendrían una cuenta en Twitter ni acaban de saber para qué sirve el pajarito. Bulos sobre las vacunas, los timos telefónicos o el tráfico de órganos, desmentidos en redes hace una década, reaparecen en el nirvana del WhastApp de un señor mayor. La de ayer era la expresión de malcontento macerado en grupos de WhastApp en los que se repiten mitos, cual Los protocolos de los sabios de Sion, sobre la perfidia de la izquierda, el independentismo y ETA –la anti-España– una vez y otra sin cruzarse nunca con un factcheck que les dé buena muerte.
El viernes supimos que en Twitter el #yovoy a la manifestación perdió la batalla contra el #yonovoy. En WhastApp, no. Los científicos sociales han identificado el peso que tuvieron en el triunfo de Jair Bolsonaro los bulos distribuidos por canales de mensajería instantánea como WhastApp, pese a ser desmentidos en las redes. Más que vigilar el móvil de los hijos, conviene revisar hoy el de los padres, pues allí ha encontrado Steve Bannon el fértil vivero de su antipolítica.
POBLACIÓN ENVEJECIDA Colón reunió a mucha gente mayor, alarmada con la incertidumbre del presente
VIRALIDAD Algunos asistentes difundían bulos contra la izquierda distribuidos por mensajería
ASISTENCIA La concentración no logró emular la del 2017, pese a que entonces no la apoyaron los partidos