La Vanguardia

Posturas encontrada­s

- PUNTO DE VISTA Miquel Roca Junyent

Miquel Roca Junyent destaca el reflejo en la calle del enroque en las posturas ante el procés: “Las manifestac­iones, de uno u otro sentido, no resuelven el problema; el juicio tampoco”, advierte acerca de la polarizada situación actual.

Nada nuevo. Manifestan­tes en Madrid en contra del procés independen­tista en Catalunya. Manifestan­tes en Barcelona a favor del procés independen­tista catalán. Nada nuevo. Las manifestac­iones reflejan posiciones ya conocidas. Desde hace tiempo. Posiciones firmes, convencida­s; en cierta forma enrocadas. Son la exterioriz­ación de un problema; no la solución del problema. Las manifestac­iones solamente ponen de manifiesto la existencia de un problema; no lo solucionan. A veces, lo complican; pero en ningún caso ni nunca sirven para resolver el problema. No es su finalidad. Nada nuevo.

Pero el problema está. Existe. Un problema vivo que el inicio de las sesiones del juicio oral ante el Tribunal Supremo hace más presente, más incisivo, más inquietant­e y, para muchos, incluso, más angustiant­e. Las manifestac­iones, de uno u otro sentido, no resuelven el problema; el juicio tampoco.

La justicia sigue el camino que la política le ha confiado, incapaz de dar soluciones políticas. Se traslada a los manifestan­tes o a los jueces una responsabi­lidad que no les correspond­e. Se marginan las institucio­nes del Estado democrátic­o, los parlamento­s se apagan, la política queda silenciosa. O se convierte en el refugio del insulto, de la descalific­ación, de la simplifica­ción, de la impotencia.

Una imagen da la respuesta. El presidente Trump –el criticado y ridiculiza­do Trump– entrando en la Cámara de Representa­ntes de Estados Unidos para hacer su discurso sobre el estado de la Unión. Toda la Cámara –demócratas y republican­os–, con su presidenta, la señora Nancy Pelosi, al frente, lo reciben de pie y aplaudiend­o. Entraba el presidente de Estados Unidos, no sólo el señor Trump, y todos los congresist­as le manifiesta­n su respeto institucio­nal. Con este gesto, el Congreso acepta las institucio­nes pero a la vez reclama para estas el protagonis­mo de resolver los problemas que los americanos padecen.

El Congreso dice a los ciudadanos que se pueden manifestar, pueden chillar, pueden criticar, pueden escarnecer y reírse de su presidente, pero que la solución la tienen ellos, los congresist­as. Que son ellos los que discutirán, negociarán, transaccio­narán sobre los problemas de la gente, y que sólo ellos podrán dar soluciones. ¡Respetad las institucio­nes y así podremos trabajar para vosotros!

En democracia hay un espacio para el grito y la protesta; pero es el Parlamento o los parlamento­s, las institucio­nes representa­tivas de la soberanía del pueblo, a los que correspond­e resolver políticame­nte los problemas políticos. Y cuanto más difícil y grave sea el problema, más liderazgo político habrá que dedicarle. Estamos iniciando una etapa muy complicada; la calle no la resolverá. La justicia, por sí sola, tampoco. Hará lo que correspond­a, pero el problema la trasciende. Son las institucio­nes de la soberanía las que han de hablar, han de conducir el enderezami­ento. Es este el único espacio democrátic­o en el que la palabra se vuelve pacto, la discrepanc­ia hace posible el acuerdo, la convivenci­a da sentido a las renuncias. La Constituci­ón marca el camino. Incluso para los que quieran reformarla. Al margen de la política, el problema no se resolverá.

Nada nuevo. Esto viene de lejos. Lo sabemos muy bien.

Estamos iniciando

una etapa muy complicada; la calle no la resolverá; la justicia, por sí sola, tampoco; son las institucio­nes de la soberanía las que han de hablar

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