Los limpiabotas de Madrid y el poder
Domingo Montañez, 48 años lustrando zapatos en el bar Richelieu de Madrid, avala la tesis de Tarradellas: sabe mejor lo que es el poder un ‘limpia’ de la capital que un catalán
Domingo Montañez es uno de los últimos limpiabotas de un cierto Madrid y por eso, desde hace 48 años, está todos los días en el bar-restaurante Richelieu con su caja de cremas y betunes y no, por ejemplo, en Casa Pepe, una tasca más reconocida como la de “Pepe, el guarro”.
Montañez no quiere fotos y lustra los zapatos en la terraza, al sol del paseo de Eduardo Dato, señorial y a tiro de piedra del Tribunal Supremo.
–Quería conocer su opinión sobre una frase que Josep Tarradellas le dijo al periodista Joaquín Soler Serrano.
A diferencia de Domingo, el Richelieu –bar fetén de Sara Montiel– o el que suscribe, la frase de Josep Tarradellas está de rigurosa actualidad.
“En Madrid hace cuatro siglos que gobiernan. Y un limpiabotas de Madrid sabe lo que es el poder y lo que quiere decir mandar. En Catalunya la gente manda muy bien en las cuestiones de sus intereses personales pero en las cosas políticas ya no es lo mismo”.
Montañez escucha la frase, hace una pausa dramática y sigue a lo suyo, abrillantado un par de zapatos negros con hebilla.
–Usted ha tenido clientes como Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo o el general Milans del Bosch.
–Después del 23-F, venía todos los miércoles. No se crea, era bajito. A Adolfo Suárez le limpiaba los zapatos de vez en cuando, casi siempre al salir de la sastrería de Antonio Pajares, aquí al lado (seis trajes al año: tres de invierno y tres de verano. ¡Los rancios le llegaron a criticar que llevase desabrochado un botón del puño, signo de traje a medida).
–¿Qué tal era Leopoldo Calvo-Sotelo en la distancia corta? –¿Usted le había visto la cara? Montañez sigue a lo suyo y sin responder a la pregunta abiertamente. Es de Mérida, tiene constitución fuerte y 72 años, pero no quiere jubilarse, “¿para qué?, ¿para quedarme en casa? Y uno tiene sus caprichos”.
Empezó en la cafetería Carlos III de la plaza Colón pero había mucho uniforme y un buen día un cliente le aconsejó el Richelieu, recién inaugurado (1969), que aún conserva un gran retrato del cardenal francés en la planta baja, y los aires de club privado más un altillo de madera hecho a la medida de intimidades. “Me presenté y el encargado me preguntó: ¿y cuándo empiezas? Voy a por la caja con las cremas y vuelvo”. Medio siglo atrás.
Tarradellas demostró conocer bien Madrid, capital del Reino. O mejor dicho: los resortes, los guiños, los meados del poder, cuya maquinaria –el Estado– tan mal han demostrado calibrar los doce hombres y mujeres que hoy comparecen ante el Supremo.
Camino del Alto Tribunal, el periodista anota algunos de los organismos y centros de poder en el trayecto: Instituto de Ingeniería de España, embajada de la República Federal de Alemania, la dirección general de Administraciones Locales... Con sus funcionarios, sus conserjes, sus técnicos por oposición o concurso público. Un entramado de columnas que soportan algo que no cae ni se doblega así como así.
–Hago mi trabajo. Y cuando limpio los zapatos a alguien que tiene poder, igual. Tú tienes poder –pienso– pero yo luego hago lo que me sale de los huevos...
Nunca frontalmente, claro.