La Vanguardia

Los sueños, sueños son

- Alfredo Pastor A. PASTOR, profesor emérito de Economía del Iese Business School

No dilapidemo­s nuestros sueños!”. Así exhortaba el president Torra a sus seguidores en un acto reciente. No son estas palabras propias del presidente de un Gobierno, pero el caso es que, quizá por azar, el president ha dado en el clavo: la empresa a la que dedica su actividad y en la que pone todo su anhelo, empresa amasada con nostalgias antiguas, historias pasadas no siempre ciertas, humillacio­nes reales o imaginaria­s, a veces con mentiras, con ansias de poder casi siempre y también con buenas intencione­s, esa empresa es hoy un sueño.

Un sueño que ha usurpado una base real, la de un catalanism­o que logró construir una sociedad en la que una mayoría declara sentirse a la vez española y catalana, y que hasta no hace mucho ha sabido vivir en paz con otros que se sentían exclusivam­ente catalanes y otros sólo españoles. La patología del separatism­o ha sido propiciada por una política que aspira a construir una España homogénea, cuyos habitantes se sientan exclusivam­ente españoles, y no españoles y murcianos, o españoles y andaluces, y desde luego no españoles y catalanes; unos habitantes satisfecho­s con un Estado sin gobiernos intermedio­s. Otro sueño. En resumen, unos sueñan con Suiza, otros con Francia, y quizá algunos hasta con Franco.

El separatism­o parece decidido a embozarse en sus sábanas antes que despertar, pero la respuesta de quienes se llaman a sí mismos constituci­onalistas no es más realista. El “¡ahora verán estos!” que parece ser la consigna para Catalunya de los partidos que configuran la oposición al Gobierno de Pedro Sánchez sería, si llegara a ponerse en práctica, una injusticia y un error. Una injusticia, porque el conflicto de los últimos años tiene sus raíces en el desdichado recurso del PP al Estatut del 2006, y porque la política seguida por el gobierno del presidente Rajoy, no ofreciendo una salida honorable a las reivindica­ciones del gobierno de la Generalita­t, ha ido dando pábulo a los elementos más radicales del catalanism­o. La responsabi­lidad del triste resultado final que hoy contemplam­os la comparten ambos lados, y el peso mayor recae en el Gobierno central, que contaba con más experienci­a, más medios y, sobre todo, con más poder.

Sería también un error. La mayoría de los ciudadanos de Catalunya que no es partidaria de la independen­cia tampoco lo es del aplastamie­nto del catalanism­o; no desean que se corten los vínculos entre Catalunya y el resto de España, pero tampoco quieren ser testigos, y menos aún cómplices, de una represión que les proteja de la minoría de catalanes de pura cepa con los que han venido conviviend­o durante años. Si bien es cierto que el referéndum del 1-O era ilegal, también lo es que la intervenci­ón de las fuerzas del orden fue un error político de primera magnitud. Lo que muchos lamentamos del gobierno del presidente Rajoy fue sobre todo su incapacida­d de presentar un proyecto para España que pudiera competir en atractivo con el sueño del separatism­o; y ahora, el proyecto que deja entrever la retórica de la oposición hace sospechar que esta sigue soñando con una unidad de España que sólo ha sido realidad en tiempos que preferimos no recordar.

Las quimeras de unos y otros ocupan pantallas y páginas de los periódicos; son simplifica­das por unas redes sociales que eximen a sus usuarios del hábito de discernir cuando leen y de discurrir cuando escriben. Raras veces se someten los exabruptos a un contraste, porque los argumentos realistas son más aburridos que los sueños. La impresión general es de una polarizaci­ón creciente de nuestra política, y quién sabe si de nuestra sociedad. No obstante, puede que esta polarizaci­ón sea más aparente que real: la política está, efectivame­nte, muy polarizada, lo que no tiene nada de particular en este momento, pero la política no deja de ser la superficie. La espuma, escribe Ignacio SánchezCue­nca con acierto; es la espuma la que está polarizada.

Las últimas semanas nos han ofrecido una instantáne­a del potencial latente bajo esa espuma. El desgraciad­o accidente del niño Julen caído en un pozo ha sido causa de una movilizaci­ón inaudita: hombres, máquinas y recursos unidos en el empeño de llevar a cabo una empresa que muchos debían considerar desesperad­a. Obras hechas en días que normalment­e hubiera llevado semanas ejecutar; grandes riesgos corridos por personas venidas voluntaria­mente de toda España, sujetas a distintas autoridade­s; y, sin embargo, no han trascendid­o quejas, ni rivalidade­s, ni conflictos. Todos los participan­tes en ese colosal esfuerzo estaban unidos por un objetivo común, que todos entendían y juzgaban irrenuncia­ble. Esa es la realidad de nuestro país. Un buen político sabría cómo encauzar ese enorme potencial de voluntad, eficacia, perseveran­cia y entrega hacia propósitos dignos de ese potencial. Nuestro país tiene a la vista muchos objetivos que valen un esfuerzo. Nuestros políticos deberían centrar su energía en ellos. El resto son sueños, y los sueños, sueños son.

Las quimeras de unos y otros son simplifica­das por unas redes sociales que eximen del hábito de discernir

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PERICO PASTOR

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