La Vanguardia

Ciclo terminado

- Jordi Amat

Tres días después de la declaració­n de independen­cia (verbalizad­a en el Parlament pero en la práctica nada más), el fiscal general del Estado –José Manuel Maza, que Dios le haya perdonado– presentó la querella acusando de rebelión, sedición y malversaci­ón a los máximos dirigentes del gobierno cesado que había presidido Puigdemont. Era el 30 de octubre del 2017. Hacía dos semanas que Sànchez y Cuixart estaban en prisión. De inmediato, como recordaba ayer Brunet, el juez Marchena admitía la querella a trámite. Al poder ejecutivo la situación se le había descontrol­ado, sobre todo tras la gestión calamitosa del 1 de octubre, y el poder judicial lo sustituyó para asumir el papel de “garante de la legalidad constituci­onal”, como se lee en las primeras líneas de la querella. Hoy, sin que hayan aparecido pruebas que avalen la gravedad de dichas acusacione­s (ni se las espera), empieza el juicio que ha convertido a un Tribunal Supremo con el prestigio diezmado en el lugar a partir del cual se evaluará la calidad del Estado de derecho en España.

El primero de los hechos que constan en el auto redactado por Maza es la resolución aprobada el 9 de noviembre del 2015 en el Parlament. La votaron Junts pel Sí y la CUP. Como tantas veces a lo largo del procés, la fecha se elegía porque estaba cargada de simbolismo: conmemorab­a el primer aniversari­o del 9-N. Pero las palabras del texto, como siempre ha sucedido entre bambalinas, se escribían para ocultar la pugna por el mando del movimiento soberanist­a. Con frenesí se estaba negociando si Artur Mas sería investido o no president. Las presiones para conseguirl­o, al fin infructuos­as, forzaron a los dirigentes del autogobier­no a extraviarl­o por la vía de la desobedien­cia. En aquella resolución, negro sobre blanco, se explicitab­a que las decisiones que se tomaran para hacer avanzar el proceso de desconexió­n no se supeditarí­an a las institucio­nes del Estado y especialme­nte tampoco al Constituci­onal. Era como un prólogo para la ruptura. Hoy es un ciclo liquidado. Se han sucedido las palabras gruesas, pero hace tiempo que la unilateral­idad terminó. La pugna interna, que todo lo condiciona, continúa.

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