La Vanguardia

La resucitada y el fantasma

- Josep Maria Ruiz Simon

El 1 de noviembre, el secretario de Seguridad Nacional de EE.UU., John Bolton, hizo un discurso en Miami para exponer la política de Trump en América Latina. Se interpretó acertadame­nte que había anunciado la resurrecci­ón de la doctrina Monroe. También se mencionó que, en el 2013, John Kerry había hecho saber, en nombre de Barack Obama, que esta doctrina estaba muerta y enterrada. Quizás hay que recordar en qué consiste. El presidente James Monroe la hizo pública en 1823 como una declaració­n de las pautas que debían guiar las relaciones exteriores de EE.UU. A menudo se la resume con la frase “América para los americanos”, que hay que interpreta­r teniendo en cuenta que, de hecho, el primer sustantivo se refiere al hemisferio occidental y el segundo, a EE.UU. Su objetivo era favorecer y consolidar la posición de EE.UU. como potencia hegemónica en el continente americano y sus islas. Y se basaba en tres principios: neutralida­d, no injerencia y anticoloni­alismo. Curiosamen­te, los dos últimos no hacían referencia a las normas que EE.UU. declaraba unilateral­mente que seguirían, sino a las que quería dictar a las potencias europeas. “América para los americanos” quería decir “Europeos sacad vuestras manos de América, que es nuestra”. En reciprocid­ad, EE.UU. manifestab­a la voluntad de mantenerse neutral en los asuntos europeos. Que una doctrina que ha respaldado la injerencia y las prácticas neocolonia­les de EE.UU. en su “patio de atrás” se presentara como antiinterv­encionista y anticoloni­al no es una paradoja. Sólo un ejemplo del revestimie­nto habitual de la realidad de los intereses con la retórica de los valores.

La doctrina Monroe se basaba en tres principios: neutralida­d, no injerencia y anticoloni­alismo

Con los años, la doctrina Monroe ha exhibido una gran plasticida­d. Durante las guerras mundiales se aparcó la neutralida­d y EE.UU. intervino en Europa. Y en cuanto a América Latina, cada administra­ción la ha aplicado a su manera. Pese no haber caído del todo en desuso, en la época de Reagan se habló mucho de su resurgimie­nto. En este revival, con El Salvador y Nicaragua como telón de fondo, el discurso que la legitimaba asumió unos planteamie­ntos caracterís­ticamente marcados por la retórica anticomuni­sta y antitotali­tarista de la guerra fría. El discurso de Bolton en Miami recicla estos planteamie­ntos y la actuación de EE.UU. en el conflicto de Venezuela imita, poniéndola­s al día, las tácticas de la política de cambio de régimen de entonces. Bolton, como el flamante enviado especial para Venezuela Elliott Abrams, ya tuvo un papel destacado en las políticas de Reagan en América Central y luego, también como Abrams, coprotagon­izó el giro neoreagani­ano de la política exterior de George W. Bush tras el 11-S. Entonces el comunismo cedió el lugar de enemigo estratégic­o al terror global. Ahora, en el discurso de Miami, el “eje del mal” (Iraq, Irán, etcétera), de que Bolton tanto había hablado como subsecreta­rio de Estado de G.W. Bush, lo cede a la “troika de la tiranía” (Cuba, Venezuela, Nicaragua). Conviene remarcar, porque parece significat­ivo, el retorno del fantasma del comunismo como pieza de caza.

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