Denis Côté compite en Berlín con una alegoría sobre el aislamiento de Quebec
‘Antología de pueblos fantasma’ usa el terror como lenguaje para un retrato social
La misteriosa muerte del joven Simon Dubé al estrellar su coche contra un muro sin que se sepa si ha sido accidente o suicidio pronto trae viejos y recientes fantasmas al villorrio de Irénée-les-Neiges. Fantasmas en sentido literal, incluidos el de Simon. Es la Antología de pueblos fantasmas, según su título en inglés, o el Repertorio de los pueblos desaparecidos según la presentación en francés: la película que el canadiense Denis Côté presentó ayer en la sección oficial a concurso de la Berlinale, donde participa por quinta vez. El filme utiliza lo sobrenatural y el terror suave como lenguaje para trazar un retrato social. La historia se inspira, según el realizador, en “la situación política” y la sensación de “aislamiento” de los 8 millones de habitantes de Quebec.
“Los de allí no tenemos mucho en común con los estadounidenses. Y la forma en que nos comunicamos con el resto del país, con el Canadá anglosajón, es una especie de indiferencia”, dijo el director Côté al explicar ese aspecto alegórico de su filme. La localidad donde transcurre el relato es en este sentido “la recreación de una tierra de nadie”, de una “nación bastarda”.
Las reacciones de los pobladores de la aldea ante la desgraciada muerte de Simon y la aparición de siluetas humanas oscilan entre el impulso de algunos de abandonar aquel rincón perdido del mundo y la determinación de otros de quedarse allí pase lo que pase. Hay entre estos últimos un sentimiento de suficiencia y orgullo por pertenecer a una comunidad pequeña pero unida. Esa es la cantinela de la alcaldesa Smallwood (Diane Lavallée), autoproclamada asimismo psicóloga, amiga y hasta madre de los vecinos.
Los fantasmas, cada vez más corpóreos y numerosos, empiezan siendo una posible alucinación de Jimmy, el sensible hermano de Simon, pero no tardan de convertirse en una realidad que nadie niega. La metáfora es aquí más clara para el que quiera verla, o simplemente acepte la guía del guionista y director: la visión atemorizada de los espectros representa “el miedo al otro” y a lo desconocido.
Côté observa ese temor al otro en la “preocupación” de los canadienses por la llegada de extranjeros a raíz de la “pequeña crisis migratoria” que hace un par de años vivió el país cuando “unos pocos de miles de asiáticos y africanos” empezaron a llegar rebotados de Estados Unidos. Pese a ser Canadá una sociedad “opulenta” con “recursos suficientes” para acoger a esa masa limitada de foráneos, Côté aprecia en el país una reacción de “alarma” e incluso de “xenofobia”, así como una “resistencia feroz al cambio”.
Hay que advertir que las lecturas políticas y sociales de Antología de pueblos fantasma no es tan evidente como las sugerencias de Côté apuntan. La narración está llena de enigmas. Destaca entre ellos el de la repentina levitación, a más de diez metros del suelo, de la nerviosa y algo
Los fantasmas del filme representan “el miedo al otro” en Canadá ante unas “modestas” olas migratorias, dice Côté
trastornada Adèle (Larissa Corriveau), que en ese nuevo estado y posición parece haber encontrado la paz. “Las interpretaciones que pueden hacerse de la película son como los elementos del bufé que todos hemos encontrado en el hotel esta mañana”, señaló Côté pese a marcar de manera nítida algunas de pistas de lectura para su obra.
A la atmósfera de misterio de la película contribuyen el polvo de nieve que invade el aire, los colores suaves, el granulado de la imagen al haberse filmado en 16 milímetros y, de vez en cuando, el movimiento de la cámara llevada al hombro.
Otra apuesta arriesgada en Berlinale, y van unas cuantas.
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