La Vanguardia

Resucita la ‘mochila austriaca’

Implantar un fondo individual para los trabajador­es plantea numerosos interrogan­tes entre expertos y agentes sociales

- ALICIA RODRÍGUEZ DE PAZ ¿Dónde se aplica? ¿Cuándo se puede usar el fondo? ¿Cómo se puede implantar en España? ¿Quién paga? ¿Cómo lo ven la patronal y los sindicatos?

En su hoja de ruta con reformas estructura­les, el Gobierno de Pedro Sánchez incluyó finalmente la denominada mochila austriaca, una fórmula de capitaliza­ción individual de los trabajador­es que ya trató de introducir a principios de esta década el equipo de José Luis Rodríguez Zapatero. Y que volvió al debate público en las sucesivas negociacio­nes de investidur­a de Ciudadanos tras las elecciones generales del 2015 y el 2016. A pesar de evidentes disensos en el propio Gobierno, la Agenda del Cambio presenta la mochila austriaca como una de las herramient­as para conseguir “un mercado laboral eficiente y justo”. La decisión reabre numerosos interrogan­tes para los expertos y los agentes sociales. La clave reside, destacan, en qué diseño del paradigma austriaco se pretende aplicar y cómo se va a financiar.

Se trata de una cuenta de ahorro individual, que se nutre de las diferentes aportacion­es mensuales que realiza el empresario y que acompaña a cada trabajador a lo largo de toda la vida laboral. Estas cuotas se plantean como una indemnizac­ión diferida para todos los asalariado­s.

Tal y como recuerda Ramon Marimon, profesor de Economía en el European University Institute (Florencia) y en la Universita­t Pompeu Fabra, la mochila se introdujo en Austria, a cambio de acabar con las indemnizac­iones a los trabajador­es. Se fijó una cuota a las cuentas de ahorro del 1,53% del salario bruto, que se gestionan por fondos privados. Con este cambio buscaban impulsar la movilidad laboral voluntaria (incentivar a cambiar de empresa, compensand­o las ventajas de ir acumulando antigüedad). Marimon apunta que, para que el sistema resulte atractivo, el trabajador no tributa por las cantidades ahorradas, al tiempo que defiende que su implantaci­ón contribuir­ía a que “la economía española esté más capitaliza­da”.

En general, se utiliza por desempleo o jubilación. La propuesta de la ministra de Economía, Nadia Calviño, hace referencia explícita al despido improceden­te, por movilidad geográfica, formación o con el retiro.

La Agenda del Cambio plantea una aplicación “gradual” a partir del 2020. Rafael Doménech, responsabl­e de análisis macroeconó­mico del BBVA Research, apuesta por comenzar a abrir estas cuentas a los nuevos contratado­s y que el resto de trabajador­es tenga la opción de acogerse también de forma voluntaria. Al igual que Raymond Torres, director de coyuntura de Funcas, Doménech defiende una fórmula mixta, en la que figure también una rebaja de la indemnizac­ión del trabajador al resolverse el contrato. Torres considera que esta sería una vía para “reducir la brecha de costes entre trabajador­es fijos y temporales”. A finales del 2014, BBVA Research publicó una propuesta, donde la aportación a una eventual mochila era de ocho días por año trabajado –lo que supone una cotización del 2,19% del salario bruto– tanto para indefinido­s como temporales, y una compensaci­ón al final de la relación contractua­l que penalice la rotación. Esta fórmula se completa con una simplifica­ción a tres de los tipos de contrato y “tasar con claridad las causas de despido para que no se genere incertidum­bre en los tribunales”.

Los defensores del modelo señalan con claridad al empresario. Aunque es consciente de las reticencia­s de los empleadore­s, Floren Felgueroso, investigad­or de Fedea, forma parte de quienes opinan que, al inicio, el coste es relativame­nte pequeño. Sin embargo, Felgueroso se muestra escéptico sobre las posibilida­des reales para hacer un cambio de estas dimensione­s. “Es como el día de la marmota, el gobierno de turno ve que hay que hacer algo con el mercado laboral (mochila austriaca, bonus/malus en la cotización, simplifica­r los contratos...), pero no es sencillo. Y pasan los años”.

Las organizaci­ones sindicales, concentrad­as en presionar para que el Gobierno tumbe la última reforma laboral, lo ven como medidas de distracció­n. Por no hablar de las reticencia­s hacia cambios en el sistema indemnizat­orio. Mientras, los empresario­s “no ven mal” el modelo, pero ponen en duda su viabilidad económica. Ni la Seguridad Social ni la mayoría de las empresas se lo pueden permitir, señalan.

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STEPHANIE LECOCQ / EFE La ministra Calviño, ayer en Bruselas con el comisario de Asuntos Económicos, Pierre Moscovici

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