La Vanguardia

“Aún creo que va a volver a casa”

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

Lori ha escrito un año después una carta a su hija, Alyssa Alhadeff. Alyssa es una de las 17 víctimas mortales de la matanza de Parkland (Florida), entre las que figuran 14 estudiante­s y tres miembros del personal de ese instituto.

“Todavía sigue siendo el día de San Valentín del 2018”, afirma en su misiva. “Me gustaría haber recibido yo las balas”, suspira esta madre, cuyo lamento vuelve a poner aquel dolor en medio del presente. “Todavía creo que ella va a volver a casa. Que está en un partido de fútbol y que va a entrar por la puerta”, dice.

Hoy se cumple el primer aniversari­o de aquella sangrienta jornada, cuando Nikolas Cruz entró en uno de los edificios de la Marjory Stoneman Douglas High School, centro del que había sido expulsado unos meses antes. Abrió fuego.

Le detuvieron unas horas después. Su crimen dejó un reguero de sangre. Pero también alumbró una serie de nombres de supervivie­ntes que lideran un movimiento en contra de las armas, y que ha dejado la preocupaci­ón por el impacto psicológic­o que provocan en los colegiales los continuos ejercicios de simulacros de tiroteos.

Parkland sigue doliéndose por su herida. Se han erigido monumentos conmemorat­ivos. Hay estudiante­s y familiares que han recuperado más o menos la normalidad gracias a la terapia. Los hay que no lo han resistido y se han ido, mientras que otros han canalizado la angustia con el activismo.

No hay que olvidar que, desde el 14 de febrero del pasado año, 1.200 niños estadounid­enses se han incorporad­o a la lista de difuntos a causa de las armas.

David Hogg, Emma Gonzalez, Jaclyn Corin y Alex Wind decidieron no quedarse en silencio tras vivir en vivo y en directo aquel horror real y no el simulado. Los cuatro se conjuraron para asegurarse de que la muerte de sus compañeros y amigos en el campus de Parkland no se quedara sólo en recuerdos y oraciones.

Ellos propiciaro­n el nacimiento del movimiento Nunca Más. Y lo llevaron hasta Marjory Stoneman Douglas, principal organizado­ra de las marchas escolares del pasado 14 de marzo y, a los diez días, de la gigantesca Marcha por Nuestras Vidas, que reunió más de un millón de personas en Washington y otras ciudades de costa a costa de Estados Unidos.

Tuvo su efecto. Si bien se continúan produciend­o masacres y no ha habido cambios legales de relevancia –el presidente Donald Trump aboga como solución por armar a los profesores, por poner más munición–, sí se ha constatado, en las elecciones de medio mandato de noviembre, un revés para las candidatur­as republican­as avaladas por la Asociación Nacional del Rifle (ANR) en favor de aspirantes demócratas favorables a que se impongan regulacion­es. Uno de las peticiones más relevantes de ese movimiento estudianti­l era incitar a votar a los jóvenes que están contra las armas.

Incluso personalid­ades conservado­ras que defienden la Segunda Enmienda y el acceso a las armas empiezan a mostrar su conformida­d con que fusiles de guerra como los AR-15 sean de más difícil acceso.

Frente a esta mayor conciencia­ción, los padres empiezan a romper con los formulismo­s y a expresar públicamen­te su preocupaci­ón por lo que supone educar a sus hijos en el continuo estado de tener que hacer ejercicios de prevención ante la posible irrupción de un pistolero en las aulas. Estos ensayos se iniciaron en 1999, tras la matanza que marcó un giro, la del instituto de Columbine, en Colorado.

Desde esa fecha, los gastos de las escuelas en seguridad no han dejado de crecer. Pero esto no hace que los estudiante­s se sientan más seguros, según Jeremy Finn, profesor en la Universida­d de Buffalo (Nueva York) y experto en la materia. Finn sostiene en el USA Today que los estudiante­s de colegios con más medidas de seguridad se sienten más en peligro.

Las víctimas de la matanza escolar de Parkland siguen bajo el impacto un año después

Los padres se cuestionan el coste emocional de que se hagan simulacros de tiroteos

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BRYNN ANDERSON / AP Lori llora por Alyssa Lori Alhadeff en la habitación­de su hija Alyssa. Abajo, Emma González, supervivie­ntede la masacre y activista
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