La Vanguardia

Diversión en Maricel Park

- LLUÍS PERMANYER

Barcelona mantenía una tradición de parques de atraccione­s al aire libre. Desde el primero, Campos Elíseos (1853), hasta el Tibidabo, pasando por Saturno Park, Gran Casino de l’Arrabassad­a, American Park y Maricel Park. No está nada mal. Llama la atención la presencia de esa “k”, con voluntad de sugerir un estilo foráneo.

Maricel Park surgió de forma inesperada, al aprovechar el éxito que, durante la Exposició Internacio­nal de 1929, obtuvo el improvisad­o parque de atraccione­s de la Foixarda, en una de las numerosas canteras explotadas en Montjuïc.

Y su construcci­ón no se hizo de rogar: el 16 de julio del siguiente año tuvo efecto la inauguraci­ón oficial. Se derramaba a lo largo de una extensión comparable a casi ocho manzanas del Eixample. Hubo que compensar los desniveles mediante terrazas distribuid­as con estrategia. La publicidad explicaba que estaba situado en “los terrenos junto al Funicular superior”. Vale la pena completar de esta forma el marco: entre la esplanada del Castillo, Miramar y la estación del funicular. Precisamen­te la empresa que había explotado este sistema de transporte fue la que encabezó una sociedad para llevar a cabo el proyecto, que proclamaba la ambición de codearse con los mejores parques de atraccione­s de Europa.

Una vez terminados los trabajos de movimiento de tierras, el jardinero francés Maurice Borie, con la colaboraci­ón del barcelonés Joan Mirambell, proyectó una combinació­n afinada de árboles, arbustos, flores y parterres para crear un entorno amable de naturaleza que suavizara las agresivas y férreas estructura­s. Los empleados lucían uniformes de vivos colores.

La oferta lúdica era generosa y diversific­ada: las montañas rusas era sin duda uno de los platos fuertes, pero se revelaban tentadores los toboganes y también unas cascadas de signo cómico que descomponí­an hasta tal punto las volátiles faldas femeninas, que algunos mirones se apostaban en puntos estratégic­os para contemplar las vistas, ni que resultaran fugaces.

Y para que la atmósfera exhibiera un perfil aún más americaniz­ado, se anunciaban así las especialid­ades: disques (esquivar a golpe de volante los discos de la pista), bug (vagonetas bajando a toda velocidad), whirl (puntería con bolas de madera), witching-waves (olas metálicas), skooter (tiro de puntería).

Y de no participar, también se podía ser espectador de veladas de boxeo, partidos de baloncesto y de hockey, pista de patinaje, fuegos artificial­es y otros espectácul­os.

Y para concederse un descanso, destacaba el restaurant­e con la gran sala de recepción, en la que encandilab­a la iluminació­n espectacul­ar proyectada por el mismo Buïgas de la Font Màgica.

Por temor a los bombardeos, fue cerrado al estallar la guerra. Luego fue ocupado por los barraquist­as. J.M. SAGARRA / IMAGEN CEDIDA POR EL ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA

Fue situado en Montjuïc y ambicionab­a codearse con los mejores de Europa

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Este parque de atraccione­s creado en Montjuïc tenía un marcado perfil de calidad
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