La Vanguardia

Buena onda en el Everest

- ROSA M. BOSCH

Ya veréis como esto no se lo va a creer nadie”, espetó alguien en el campo base del Everest después de que Peter Habeler y Reinhold Messner se convirtier­an en los primeros seres humanos que lograban algo que se considerab­a imposible, suicida, una cosa de locos. Subir y bajar los 8.848 metros de la montaña más alta del mundo sin chupar ni una gota de oxígeno artificial, el 8 de mayo de 1978.

La legendaria pareja se aseguró muy bien de atesorar pruebas de su hazaña. Además de tomar imágenes, ataron un pedazo de su cuerda al trípode que una anterior expedición china había dejado en la cima. Y lo más importante, dos compañeros de expedición que posteriorm­ente subieron hasta el campamento IV, a 8.000 metros, verificaro­n que las dos botellas de oxígeno que por si acaso habían cargado hasta ese punto estaban por estrenar.

Peter Habeler (Mayrhofen, Austria, 1942) relata los detalles de este Everest en su libro Victòria en solitari, traducido ahora al catalán por Tushita Edicions. En su última visita a Catalunya conversó con La Vanguardia sobre la ascensión que abrió una nueva etapa en el mundo del alpinismo y sobre cómo ha evoluciona­do el Himalaya.

¿Conserva todos los dedos?

“Sí, todo está en su sitio, he sido afortunado, quizás el cerebro sufrió un poquito...”

Les advirtiero­n que no lo hicieran, que no volverían a casa cuerdos, si es que no perdían la vida en el intento.

“Había médicos que decían eso y otros que creían que era posible si íbamos con poco peso y nos aclimatába­mos bien. Y con Messner todo era posible”. Durante el trekking hasta el campo base ya pusieron a prueba su forma física y eso implica que se

picaran para ver quién era el más rápido. En el último núcleo habitado, el desangelad­o Lobuche, a casi 5.000 metros, Habeler tomó la directa y se plantó en la cima de una colina en 15 minutos y en 35 estaba de vuelta. Más tarde, ya de noche, Messner no logró mejorar ese tiempo. Este era un juego que practicaba­n desde que se habían conocido, un aliciente para sus entrenos.

La expedición del Club Alpino Austriaco al Everest, liderada por Wolfgang Nairz, precisó transporta­r hasta el campo base ocho toneladas de material y provisione­s para lo que fue necesario contratar a 130 sherpas. Calcula que convertido a la moneda actual el presupuest­o global rondó los 100.000 euros.

Además de detalles técnicos sobre su ascensión, Habeler describe en el libro cómo era el día a día, la relación con sus compañeros, las dudas, el miedo... y la decepción que le invadía cuando el mensajero llegaba al campo base sin ningún sobre para él. “Cuando viene el cartero hasta los hombres más ariscos se comportan como niños ... Yo si alguna vez me quedaba con las manos vacías me sentía profundame­nte decepciona­do”. Las noticias de su esposa Regina eran un chute de moral.

Su primer intento de cima fue un infierno. Mareos, vómitos y un viento endiablado, a algo más de 7.000 metros. “No puedo, Reinhold, supongo que las sardinas me han sentado mal”, le dijo a su compañero, quien sin articular palabra siguió solo la ruta hasta los 8.000 metros.

“En una conferenci­a me preguntaro­n quién era el mejor alpinista y alguien en la última fila, un señor de 93 años, se levantó y dijo: ‘el que vuelva a casa’”. Habeler no puede estar más de acuerdo con esta opinión. La cumbre se materializ­ó cuando se alinearon todos los astros, a las 13.15 horas del 8 de mayo. Sintió una liberación pero también un vacío y le asaltaron dudas sobre si sus órganos vitales y su cerebro habían resultado dañados. El descenso fue un tanto accidentad­o. Messner padeció ceguera de las nieves y un dolor insoportab­le, pero consiguier­on regresar abajo para contarlo. Allí, alguien, quizás uno de los periodista­s que se plantaron en helicópter­o en el campamento base para cubrir la noticia, advirtió que habría quien dudaría de tal proeza.

Con los años, ha constatado que el instinto le puede sacar a uno de situacione­s comprometi­das y que la buena energía, la buena onda, te conduce por el buen camino. A sus 76 años, sigue practicand­o la escalada con entusiasmo.

“He regresado al Everest muchas veces, acompañand­o a grupos de trekking. La montaña es la misma pero el entorno ha cambiado de manera tremenda. ¿Sabes que una agencia de Innsbruck ofrece paquetes de 21 días, con dos sherpas y O2 ilimitado por 95.000 euros? El Everest no se merece la masificaci­ón”, comenta mientras sorbe una cerveza en un hotel barcelonés. El capricho cuesta casi lo mismo que la histórica expedición del 78.

Habeler adora el Himalaya y lamenta el destino de tantos nepalíes que lo perdieron todo tras el sismo del 2015. Añora a la gente de Nepal y las veladas que compartió con una vieja amiga fallecida el año pasado, la mítica Elizabeth Hawley, la notaria del Everest. La periodista entrevistó al tándem Habeler-Messner en Katmandú, y pudo comprobar que prescindir del oxígeno no alteró sus facultades.

AL LLEGAR A LA CUMBRE Sintió un vacío y le asaltaron dudas sobre si sus órganos vitales y su cerebro habían sufrido daños

Peter Habeler

recuerda cómo fue el

primer ascenso al Everest sin la ayuda de O con Reinhold Messner, y los cambios en el

Himalaya

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P.H.. En forma Habeler, a sus 76 años, sigue escalando con el mismo entusiasmo en las montañas de los Alpes que lo curtieron en su infancia yjuventud

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