Quince meses después, volvimos a escucharles

THOMAS Hobbes, como nos lo recuerda David Runciman en Así termina la democracia (Paidós), entendió en el siglo XVII que el Estado tenía que construirse a imagen y semejanza de las cosas que pretendía controlar. Tenía que parecer humano, pues sería inútil si no podía controlar a las personas. Pero también tenía que parecer una máquina: un robot con rostro humano. Este robot era lo que necesitábamos para rescatarnos a nosotros mismos de las trampas de nuestros instintos humanos.

Valga la introducción para entender que Manuel Marchena, presidente de la Sala Penal del Tribunal Supremo, en tanto que la justicia es parte esencial del Estado, está siendo impecable en la vista del 1-O. Generoso con el acusado y estricto con las acusaciones, especialmente con la que encarna Vox. Marchena permitió el discurso político de Oriol Junqueras y fue restrictivo con las consideraciones políticas de los fiscales. Como recomienda Hobbes, entendió que debe actuar como una máquina pero con rostro humano.

La sesión de ayer sirvió para volver a escuchar a Oriol Junqueras. El líder de ERC hacía quince meses que no podía hacer un discurso en público, pero estuvo perfectamente reconocible. Sólo contestó las preguntas de la defensa y se negó a responder a los fiscales. Supo estar pedagógico y contundente, emotivo e irónico. Junquerismo en estado puro. Dijo que era republicano y demócrata antes que independentista, porque esa era una condición pasajera que perdería sentido con la independencia. Se permitió hacer una declaración de amor a España y negó haber cometido delito alguno.

Luego le tocó el turno a Joaquim Forn, que contestó a abogados y fiscales y que quiso aclarar que políticamente apoyó el referéndum, pero como conseller cumplió la ley. Y aseguró que acató todas las instrucciones de la Fiscalía y del TSJC. Forn fue ganando seguridad. Su estrategia de defensa estuvo en las antípodas de Junqueras.