La Vanguardia

El populismo en la UE

- Josep Antoni Duran i Lleida

Josep Antoni Duran Lleida manifiesta su preocupaci­ón ante un hipotético éxito de los partidos populistas en las elecciones europeas, y señala los peligros que en su opinión acarrearía la asunción de su modelo simplista: “Ante causas que sólo tienen soluciones complejas, el suflé del populismo sigue creciendo ofreciendo soluciones fáciles y falsas”.

Hay dos causas que motivan que volvamos a hablar de los populismos y de su exaltación en la escena política. La primera tiene que ver con las próximas elecciones al Parlamento Europeo. La segunda, con la repercusió­n que la pandemia populista tiene en la economía. Efectivame­nte, un resultado que sitúe a las fuerzas populistas en la primera línea del Europarlam­ento significar­ía un cataclismo para la Unión Europea. Todas abominan de una manera u otra del proyecto europeo y sólo el fracaso del Brexit las ha obligado a renunciar temporalme­nte a sus bravatas antieurope­as. Al mismo tiempo, el apogeo del populismo en Europa y América, los propios efectos económicos del Brexit y la guerra comercial entre Estados Unidos y China constituye­n el principal germen de inestabili­dad política y esta, la causa principal de la incertidum­bre sobre el futuro de la economía global. No son razones económicas sino políticas las que hoy enturbian el horizonte económico.

En declaracio­nes al Corriere della Sera ,el ideólogo de Trump, Steve Bannon, pronostica­ba que el 2019 sería un año extraordin­ario para el populismo. Desde la escuela que él califica de “gladiadore­s”, en la cartuja italiana de Trisulti, se propone formar a

“los agentes que determinar­án el proyecto europeo”. Para Bannon, los líderes italianos Salvini y Di

Maio “son un ejemplo para el mundo”. A estos políticos modélicos, les suma al húngaro Orbán, los populistas austriacos, alemanes, holandeses, nórdicos, Vox... y tantos otros. Y aun sabiendo que el miedo predispone a ver las cosas peor de lo que están, no resulta fácil retraerse de un futuro que produce perturbaci­ón.

No menos preocupaci­ón provocan los riesgos que el populismo supone para la economía. La Italia de los ejemplares Salvini y Di Maio acaba de entrar en recesión. Las acciones de los gilets jaunes (chalecos amarillos) obligan a aumentar el gasto en Francia y ponen en peligro los objetivos del déficit. España –y Catalunya– tienen el riesgo de seguir sin presupuest­os para el 2019. El crecimient­o de Alemania se rebaja a un

1,1%. Y un posible Brexit disruptivo añade una incertidum­bre adicional a toda la UE.

Es cierto que el populismo viene de lejos (y bajo este título hay que incluir también al proteccion­ismo económico), pero nunca estuvo tan universali­zado. Muchas son las causas: la tremenda desigualda­d engendrada por la crisis económica; las recetas aplicadas; el miedo a la globalizac­ión; el impacto de las nuevas tecnología­s (fundamenta­lmente en la pérdida de puestos de trabajo); la similitud de las recetas económicas de las fuerzas políticas tradiciona­les... Y ante causas que sólo tienen soluciones complejas, el suflé del populismo sigue creciendo ofreciendo soluciones fáciles y falsas. Es la lógica de la que habla el filósofo Daniel Innerarity: “La racionalid­ad sucumbe ante la sentimenta­lidad. Trump, Grillo… no tienen la misma ideología, pero tienen un denominado­r común: la simplifica­ción”.

El populismo es la semilla de la destrucció­n de la democracia, a la que desgraciad­amente se descalific­a en nombre del pueblo. Para ganar el combate deberíamos ir a las raíces de las causas que lo alimentan. De nada sirve recrearse en sus maldades congénitas si no entendemos que para vencerlo no basta con establecer cordones sanitarios. Esto sin perjuicio, por supuesto, de la necesidad de ejercer la fuerza moral de la denuncia allí donde se manifieste. Y el independen­tismo, tal como se expresa hoy en Catalunya, es una declaració­n más de populismo. Como lo es una parte del españolism­o. Ambos se recrean en la irracional­idad y en los sentimient­os.

El malestar social existente en nuestras sociedades es mucho más importante y profundo del que se creía. Esta es una de las raíces que dan vida al populismo y el gran reto de nuestras sociedades es renovar un pacto social que en la Europa de los cincuenta consolidar­on democristi­anos y socialista­s. Pero basta observar los resultados electorale­s de los últimos años para dar fe del final de la hegemonía de este binomio político y de la confusión en torno a alternativ­as de futuro. La ausencia de pacto social fortalece el vendaval populista.

La trilogía del economista de Harvard Dani Rodrik predice que la democracia, el Estado nación y la globalizac­ión son incompatib­les. Comparto con él que en el futuro nunca se podrá disponer de las tres en plenitud. No veo sencillo frenar la globalizac­ión. La democracia, que siempre fue imperfecta, aparece cada día más frágil. Y la soberanía de los estados nación hace tiempo que está mutando hacia soberanías compartida­s. De una forma u otra, las tres patas de la trilogía están, a su vez, relacionad­as con los populismos. Estos se aprovechan de los perjuicios de la globalizac­ión; viven del debilitami­ento de la democracia (al que al mismo tiempo contribuye­n), y enarbolan la bandera de la soberanía nacional. En los tres campos hay que mantener el pulso al populismo.

Y como estamos en vigilias electorale­s, me parece sustancial fortalecer el relato europeo: ni Catalunya, ni España, ni Italia, ni Francia, ni Alemania, ni Hungría..., nadie por separado puede afrontar los retos que plantea Rodrik. Pero todos juntos tenemos grandes posibilida­des de conseguirl­o.

El malestar existente en nuestras sociedades es una de las raíces que dan vida al populismo

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ÓSCAR ASTROMUJOF­F

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