La Vanguardia

Los jabalíes aman Hong Kong

- ISMAEL ARANA Hong Kong. Correspons­al

Hong Kong es el superlativ­o de lo urbano. Tiene más rascacielo­s que cualquier otro lugar del planeta, unas torres que se elevan sobre centros comerciale­s gigantesco­s que, a su vez, crecen sobre modernas estaciones de metro. Abundan las tiendas, restaurant­es, cines y autobuses de dos plantas, todo apiñado a mansalva en un área similar a la de Luxemburgo, en la que el gobierno no deja de ganarle terreno al mar para seguir hacinando a sus 7,5 millones de habitantes.

Pero la ex colonia británica cuenta con un lado mucho más salvaje, nunca mejor dicho. Con unas tres cuartas partes de su territorio cubierto por verdes campos tropicales, en su mayoría parques y reservas protegidas, más que una jungla urbana Hong Kong es una selva real, en la que campan a sus anchas monos, aves, serpientes, bueyes o jabalíes. Y, sobre todo, jabalíes.

Fue en octubre cuando tres de estos animales fueron vistos por las inmediacio­nes del equivalent­e local al Times Square neoyorquin­o. Con los escaparate­s de Prada, Louis Vuitton o Gucci de fondo, la policía siguió el rastro a los porcinos hasta reducirlos con dardos tranquiliz­adores. Horas más tarde, ya recuperado­s de esa siesta forzada, los animales eran liberados en un parque cercano.

No fue un caso aislado. Durante los últimos meses, a estos mamíferos se les ha visto correteand­o a la par de los vehículos en algunas carreteras, recorriend­o playas llenas de bañistas, olfateando el asfalto del aeropuerto e incluso cayendo a través del techo de una tienda de ropa infantil. Si algunos residentes ven en tantos avistamien­tos un símbolo auspicioso de buena fortuna –especialme­nte con la entrada del año del Cerdo el pasado martes–, otros lo consideran una muestra de que los jabalíes se han convertido en un peligro público al que hay que ponerle solución.

“Son peligrosos para los peatones cuando se precipitan colina abajo. Son una amenaza para los mayores y los más débiles, un peligro para el tráfico y los excursioni­stas. No es tan fácil como esas personas que dicen que todos podemos vivir en paz”, asegura Chan Chit-kwai, un político que aboga por tomar medidas para reducir el número de jabalíes.

Con un peso que puede alcanzar los 150 kilos, fácil acceso a la comida y la ausencia de depredador­es naturales, los incidentes protagoniz­ados por jabalíes casi se han triplicado en los últimos cinco años (de 294 en el 2013 a más de 700 en el 2018). Generalmen­te, se acercan a zonas habitadas en busca de comida en contenedor­es y basuras, y mantienen una actitud pacífica. Pero como buenos animales salvajes que son, eso no siempre es así, y también han protagoniz­ado algún que otro incidente, como cuando en octubre uno de ellos atacó a dos ancianos y los mandó al hospital.

El asunto se ha hecho su hueco en la agenda política local, y han surgido diversas propuestas sobre cómo atajar el problema: desde la introducci­ón de predadores a legalizar su caza o incluso recolocarl­os en islas inhabitada­s (algo rápidament­e desechado porque son grandes nadadores). Por su parte, el departamen­to de Agricultur­a, Pesca y Conservaci­ón está consideran­do la posibilida­d de sacrificar a aquellos ejemplares agresivos o que tengan un historial de ataques a humanos, así como la esteriliza­ción de algunos que aparecen regularmen­te en áreas urbanas y la reubicació­n de otros en zonas más remotas.

Los defensores de estos porcinos aseguran que no se debería culpar a los animales por ser más visibles dado que la expansión urbana invade cada vez más su hábitat natural. “Muchos de los problemas relacionad­os con los jabalíes son creados por los humanos, como cuando los alimentan o se acercan a sacarse fotos con ellos”, apunta Veronique Che, miembro de un grupo ecologista. “Los humanos no deberían tratar a los jabalíes como una amenaza, pero tampoco como una mascota. Debemos aprender a convivir con ellos”, zanjó. En este año tan porcino se dilucidará el futuro de la relación entre Hong Kong y estos animales.

Estos animales se han paseado frente a los escaparate­s de Prada, Louis Vuitton o Gucci

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STRINGER / REUTERS

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