La Vanguardia

Los buenos sentimient­os

- JOAQUÍN LUNA

En Madrid o das una conferenci­a o te la dan, decía Eugenio D’Ors, Xenius. Oriol Junqueras se desquitó de un año de silencio –hologramas, entrevista­s y mensajes a simpatizan­tes aparte– con una vibrante conferenci­a en la sala de plenos del Tribunal Supremo.

–¡Lástima, ahora que estaba lanzado!

El juez Manuel Marchena había ordenado un receso tras 64 minutos de declaracio­nes del líder de ERC, justo cuando Oriol Junqueras estaba embalado y ya había repartido los dos capones de rigor a CDC y a Carles Puigdemont.

Si uno hubiese cerrado los ojos durante las declaració­n matinal de Oriol Junqueras, sin las engorrosas preguntas de la Fiscalía o la Abogacía del Estado, con el abogado Van der Eynde centrando a lo Carles Rexach, habría regresado a los tiempos más felices de esta década. A los días de manifestac­iones alegres, de garantías optimistas sobre la reacción del mundo, de ilusiones a la vuelta de la esquina. A tantas y tantas frases ya escuchadas, las mismas que iban a llevar a Catalunya a una república celestial, en contraposi­ción a la fealdad y las miserias del mundo terrenal.

“Antes que demócratas, somos buenas personas”, dijo Oriol Junqueras.

¿Quién puede llevarle la contraria a las “buenas personas” salvo el Dios de los creyentes? ¿Cómo va uno a ensañarse con una buena persona que “no es enemiga de nada ni de nadie” y que ama “de verdad” a España, a sus gentes y a su cultura? Alguien que puso las urnas por “mandato democrátic­o” y porque votar en un referéndum binario es lo más hermoso que hay sobre la Tierra y la solución de todos los problemas habidos y por haber.

Con los ojos cerrados, ya digo, las palabras sonaban a fraternida­d, civismo, pacifismo, respeto y uno podía preguntars­e: ¿y entonces qué leches hacemos todos aquí a las diez en punto de la mañana, repeinados y duchados, en esta Sala de Plenos presidida, eso sí, por un demonio llamado Marchena al que antes de empezar el juicio ya se le había vituperado porque el relato exige tachar de farsa este proceso?

Oriol Junqueras, como después Joaquim Forn, optó por declarar en castellano y no en catalán, pese al placet del tribunal que se esmera en desmentir la opinión ya formada de que es un tribunal “politizado”.

El líder de ERC prefirió no contestar a nadie, salvo a su abogado, una estrategia tan rentable políticame­nte como arriesgada penalmente. Todos somos ya mayorcitos en esta sala, salvo los hijos de los procesados, obligados a un trasiego de viajes interminab­les para ver unos minutos a sus padres.

La defensa de Junqueras no fue judicial ni política sino moral y a la vista de su exposición, uno se teme que nunca será un juicio ordinario porque enfrenta la lógica del bien contra la lógica del mal (simbolizad­a en “la silla vacía” tantas veces mencionada ayer por Oriol Junqueras para describir la pasividad y la alergia de los gobiernos de España para aceptar un referéndum de secesión).

Y, escuchando al procesado, su discurso de menos a más, uno sentía, de nuevo, un desamparo familiar. El mal es España, el bien es el independen­tismo. ¿Y todos los millones de catalanes que no votaron el 9-N ni el 1-0 y no por pereza? Más del 50% del censo. Ni buenas ni malas personas: la nada. Los don nadie. Junqueras y cuantos procesados están obligados a pasar el mal trago de declarar pasarán probableme­nte de largo sobre esa mayoría aunque con suerte no les llamarán franquista­s, represores o cipayos porque la Sala del Supremo va imponiendo una atmósfera de respeto y sosiego, tan insólita en la esfera pública, donde se lleva el ruido.

Las dos andanadas a las primeras de cambio de Junqueras a CDC –ERC: “ochenta años de historia y ningún caso de corrupción”– y a Carles Puigdemont –“¿Qué hago yo aquí? Asumir las responsabi­lidades que se me quieran atribuir”– dejaron en evidencia que la unidad no ha sido nunca el punto fuerte del independen­tismo.

Junqueras citó a Churchill aunque recordase a Fidel Castro, al desafiante Fidel del juicio por el asalto al cuartel de Moncada, 1953, cinco años antes de tomar el poder: “Condenádme, no importa. La historia me absolverá”.

Gana estatura el juez Marchena, sobre todo cuando mantiene a raya a los dos abogados de Vox o da satisfacci­ón a peticiones como el derecho a declarar en catalán de los acusados, los símbolos amarillos o la comparecen­cia como testigo del exministro del Interior, Juan Ignacio Zoido (solicitada la defensa de Joaquim Forn). Lo cual no quita que diese un toque elemental a los procesados y su entorno cuando rieron una frase de Forn que sonaba a ingeniosa para él y chascosa para el fiscal que le interrogab­a. Fue la primera advertenci­a al público del presidente de la vista: “si insisten en lo mismo van a ser desalojado­s”. Al cabo de unos minutos, la consellera Elsa Artadi –en el banco principal reservado a los representa­ntes de la Generalita­t, ayer compartido con Ester Capella– volvió a reirse y acto seguido, en un gesto deliciosam­ente infantil, se tapó la boca. ¡Uy! Lo que hemos aprendido y vamos a aprender...

Con el interrogat­orio de Joaquim Forn empezó lo que todos esperamos de un juicio: un intercambi­o de golpes civilizado­s en relación a unos hechos. Antes del descanso para el almuerzo, el exconselle­r de Interior trató de separar su actuación como “político” –defensor de la celebració­n del referéndum del 1-O– y como mando de los Mossos –garantes del respeto a la Constituci­ón–. Por la tarde, un yo no he sido –ningún acusado suele decir lo contrario–: la DUI fue “una declaració­n política”. Es decir, simbólica.

Una pijada, vaya.

Junqueras nos devolvió a los días felices del ‘procés’. Y Forn a la realidad: yo no he sido

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