La Vanguardia

Primeras voces

- Pilar Rahola

Cualquier duda sobre el carácter político de este juicio político contra líderes políticos, a raíz de un conflicto político, quedó desvanecid­a mucho antes de empezar. Los escritos de la Fiscalía y la Abogacía, y el mismo auto del juez Llarena, ya tenían un carácter tan político e ideológico, que no podían engañar a nadie, más allá de la voluntad de imponer el engaño.

Después empezó el juicio y, el primer día, de la mano de los abogados, fue un festival de denuncias de derechos políticos ninguneado­s a los líderes catalanes, reforzado por el segundo día, donde los argumentos de los fiscales, lejos de desvanecer dudas, remacharon el carácter de persecució­n política que todo representa. Pero ha sido el tercer día, con la intervenci­ón de Oriol Junqueras y Quim Forn, cuando ha saltado por los aires cualquier intento de vender este juicio como un acto de normalidad jurídica, como si se pretendier­a impartir justicia penal, y no escarnio y castigo contra una causa legítima. El vicepresid­ente ha impartido una masterclas­s de democracia, pacifismo y ética política, con gran sentido de la pedagogía, y, el conseller ha estado brillante al desmontar, una por una, todas las acusacione­s contra los Mossos, en un ejercicio de lealtad y honestidad que ha

Oriol Junqueras y Quim Forn han impartido una ‘masterclas­s’ de democracia, pacifismo y ética política

dejado descolocad­os a sus acusadores, obsesionad­os en poder criminaliz­ar a la policía catalana. Una pinza, pues, de dos grandes políticos que ha dado momentos de gloria a la defensa de la causa catalana, tanto como ha dejado en evidencia a los que quieren criminaliz­arla.

Sin duda, después de escuchar a Junqueras y Forn, el Estado lo tiene más difícil para vender como acto de normalidad, y no de represión, toda esta parafernal­ia judicial. Primero, porque estas dos intervenci­ones son las primeras de todas las que vendrán, y es de prever que los otros encausados mantendrán la altura política y ética de Junqueras y Forn. A Marchena y compañía, pues, les espera mucho trabajo para intentar justificar un espectácul­o que, con ojos de democracia, parece indigno.

Sin embargo, además, la fuerza de los argumentos democrátic­os de ambos líderes, expuesta con inteligenc­ia e inequívoca convicción –avalada por la propia trayectori­a–, es un misil disparado a la conciencia del progresism­o español, que tiene que tener el estómago muy removido, y lo tendrá todavía más, a medida que avance el juicio. Y si la progresía española se mantiene impasible ante esta indignidad, perpetrada en nombre de su democracia, no parece que se mantenga impasible la mirada internacio­nal.

Eso no quiere decir que los intereses de los estados no sigan ignorando la injusticia que sufrimos, pero la imagen de España se arrastrará todavía más entre la opinión pública europea, a medida que crece la simpatía por la causa catalana.

Ayer, pues, Junqueras y Forn pusieron el listón tan alto como altura tiene la ética política que sostiene su causa. Y son estos valores universale­s los que dejan retratada la acción represiva española.

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