La Vanguardia

Descenso al barro

- Clara Sanchis Mira

Salimos de los ordenadore­s con las cabezas voladas y vamos a dar una larga caminata. Es como si el hombre volviera al mono; la mujer a la mona, para ser exacta. El sol se está poniendo, perseguimo­s sus últimos rayos buscando callejuela­s altas y apartadas. El aire frío nos despierta, volvemos a tener piernas. Después de las pantallas, la conciencia de la realidad física tarda en regresar. Nuestras mentes continúan divagando aéreas, por vericuetos que no existen, laberintos en su propia nebulosa. La mayoría de las preocupaci­ones son inventos que podrían esfumarse con sólo bajar a tierra. Sacamos a pasear una gran cabeza en Marte, atiborrada de informació­n intangible y miedo imaginario. Cuesta sujetarse y ver lo que hay delante. Este ciruelo en flor, por ejemplo. Hay que hacer fuerza, apretar los dientes para concretar su existencia y no darle categoría de foto o divagación. Este ciruelo en flor está aquí, dices, lo toco. Aunque a lo mejor es un almendro. No tenemos ni idea de árboles, pero nos suena que será uno de esos dos. Sus pequeñas flores son blancas y rosadas, de pétalos suaves que nos devuelven las yemas de los dedos, y olor delicado que nos hace recuperar el olfato. En esas, un jabalí nos planta cara. Dios.

En un instante nos hemos convertido en árbol, inmóviles. Creemos que este cerdo salvaje es real porque hemos leído que por aquí ya campan a sus anchas. Merodean en calles y mercados, y falta poco para que veamos un jabalí entrar en el Parlamento para debatir presupuest­os. Este está demasiado cerca y nuestros corazones palpitan, pero sabemos que no hay que hacer cosas que puedan asustarlo. Por ejemplo, salir corriendo ahora

En esas, un jabalí nos planta cara; Dios, en un instante nos hemos convertido en árbol, inmóviles

mismo. No. Es importante que no se excite. Hay que fundirse con el entorno y transmitir paz campestre. Somos ciruelos floridos y tembloroso­s que esperan la lluvia, el tiempo que haga falta. Porque un jabalí con miedo puede ser casi tan peligroso como una persona con miedo que tuviera los colmillos así de largos y afilados. Esos colmillos en curva que le dan un aire primitivo a este cerdo y dignifican su merodeo rechoncho. Sinceramen­te, es bastante feo. Al menos a primera vista.

No decimos que alguien no pueda encontrarl­e su encanto oculto, quizás de cerdo revoltoso o cerdo melenudo. También ha sido exagerado decir que este jabalí nos planta cara. Fue una expresión deformada por el susto, porque está a lo suyo. Olfatea cosas, con ese hocico desmedido en el que parece desparrama­rse toda su naturaleza marrana, su razón de ser. Bajo el disfraz de ciruelos, no estamos seguros de que nos haya visto con esos ojillos huidizos. Pero tenemos la certeza de que nos huele como nadie lo ha hecho jamás, de los pies a la cabeza, absorbiend­o cada uno de nuestros intrínguli­s, para restregarl­os por el barro cuando tome uno de sus baños.

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