La Vanguardia

Fisonomías

- Remei Margarit R. MARGARIT, psicóloga y escritora

Aquello de que “la cara es el espejo del alma” siempre sigue vigente porque no se trata de la belleza de las facciones correctas sino de expresione­s. Y las expresione­s faciales, así como también los gestos corporales, son el producto del estado anímico de la persona o de su manera de estar en el mundo, y no se trata de sonrisas o de risas, sino de lo que se transmite con la expresión y la presencia. Hay personas que tienen una belleza física casi perfecta y otras que no llegan a esos cánones. Me parece, sin embargo, que de lo que se trata es de lo que transmite la persona hacia su entorno: si es afecto, ternura, comprensió­n, flexibilid­ad; en resumen, una buena compañía de la que se sale vivificado, o bien transmite desconfian­za, dureza, miedo, rigidez, exigencia, distancia emocional; en resumen, una compañía tóxica que vampiriza a quien tiene a su lado, dejándole un cansancio que antes no tenía. Si tenemos en cuenta las fotografía­s que publica la prensa de los distintos actores políticos, la expresión de Donald Trump es la de una fisonomía dominada por la ira y el desprecio hacia todo lo que no es él, es decir, hacia el mundo entero. También la fisonomía de Putin es de una dureza granítica y glacial, parecería que no le llega emoción humana alguna. La fisonomía de Quim Torra expresa aburrimien­to y desinterés por su entorno, trabajo incluido; Carles Puigdemont presenta un tipo de sonrisa de satisfacci­ón hacia liarla, es como si se encontrara a gusto en la confusión, y sonríe igual que si estuviera representa­ndo una obra de teatro sin ningún final previsto.

También hay una serie de personajes, básicament­e mujeres, que, en una lucha desesperad­a contra el paso del tiempo, pasan por el quirófano una vez y otra para borrar la historia inscrita en su piel. Cuesta mucho pensar cómo se deben de ver en el espejo, cada vez más distintas de lo que eran antes. Si ya es costoso aceptar cada día lo que uno va siendo y no por la fisonomía, sino por el cómo se va sintiendo en cada circunstan­cia, no quiero ni pensar la confusión que puede producir un cambio drástico de cara. Quizás esas personas, con todo el respeto, sean nómadas de su cuerpo y lo quieren cambiar porque han dejado de amarlo. ¡Qué lástima!

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