La Vanguardia

La infame verdad

Florent Brayard, historiado­r

- EUSEBIO VAL París. Correspons­al

En su obra Auschwitz: Investigac­ión sobre un complot nazi , el historiado­r francés Florent Brayard sostiene que la magnitud, la rapidez y los detalles más atroces del genocidio se ocultaron dentro del Estado nazi y que incluso figuras tan poderosas como Joseph Goebbels tuvieron un conocimien­to incompleto de la fase decisiva del exterminio judío.

Adolf Hitler también tenía tabúes. El dictador nazi y Heinrich Himmler –jefe de las SS–, principale­s impulsores de la Shoah, sabían que con el exterminio de los judíos, incluidos los alemanes, traspasaba­n un límite ético extremo. Temían que ocurriera como con el programa secreto Tiergarten 4 (T4) –la eliminació­n de discapacit­ados físicos y mentales–, que se hubo de frenar porque trascendió y protestó la Iglesia católica.

En su obra Auschwitz: Investigac­ión sobre un complot nazi (Arpa), recién publicada en castellano, el historiado­r francés Florent Brayard sostiene que la magnitud, la rapidez y los detalles más atroces del genocidio se ocultaron dentro del Estado nazi. Incluso figuras tan poderosas como el ministro de la Propaganda, Joseph Goebbels, tuvieron un conocimien­to incompleto de los hechos durante su fase decisiva. Sabían de la intención última de acabar con los judíos, pero creían que primero serían sólo deportados al este o se les instalaría en la isla de Madagascar. Hitler pensó que revelar toda la verdad podría provocar rechazo, tanto en las esferas del poder como en la sociedad alemana.

¿Hasta personajes tan genocidas y fanáticos como Hitler y Himmler sentían pudor de informar de los detalles de la Shoah y querían limitar la publicidad sobre la transgresi­ón?

Efectivame­nte, Hitler y Himmler, los principale­s responsabl­es de la muerte de los judíos, sentían una aprensión sobre la capacidad del pueblo alemán y de sus élites, incluidas las nazis, de aceptar la política de muerte directa, al menos sobre una parte de las víctimas.

¿Hacían distinción entre judíos alemanes y no alemanes?

Sí, la masacre de los judíos comenzó en los territorio­s soviéticos y en Polonia, a partir del verano de 1941. Esas masacres eran conocidas porque había soldados testigos. Y también había una política informativ­a oficial en el seno del Estado. No tenían problema en decir, por ejemplo, que no quedaban ya judíos en Lituania o en Letonia.

Se trataba de los Ostjuden, los judíos del este.

Exacto, sí, había una aceptación muy amplia de la política hacia los judíos del este. Eran considerad­os absolutame­nte como “los otros”. En cambio, se mantenía un gran secreto sobre la otra categoría de judíos, considerad­os hermanos o vecinos, como los judíos alemanes muy asimilados. Se pensaba que con ellos había una frontera moral difícil de cruzar. Creo que por eso se montó un dispositiv­o de secreto superlativ­o, similar a un complot, para ocultar no tanto la finalidad última de esta política, que todos sabían era de eliminar a los judíos, sino la modalidad y el ritmo del asesinato. Tenían miedo a una eventual reacción popular en el seno de la sociedad alemana ante esos asesinatos.

¿Como historiado­r, si tuviera delante a Hitler o Himmler, qué les preguntarí­a?

Oh, no (ríe), no tengo respuesta a eso. La tarea de los historiado­res es trabajar con lo que hay, que son las fuentes, sobre todo los archivos, y a veces los testimonio­s. Muchas fuentes fueron destruidas. Parte de la belleza del oficio de historiado­r es encontrar soluciones a pesar de que las fuentes presentan lagunas. Lo que me pregunta es como si, el día del juicio final, yo estuviera allí y hablara con Hitler. No es posible.

En el libro cita el caso de unos 500 judíos de origen sefardí en Salónica (Grecia), en 1943, la mayoría de los cuales se acabaron salvando gracias a la intervenci­ón de la embajada española.

A partir del momento, en junio de 1942, en que Hitler y Himmler deciden matar a todos los judíos que se hallaban en los territorio­s ocupados por Alemania, se enfrentaro­n a las subcategor­ías, por ejemplo los mestizos o los judíos extranjero­s, como los rumanos, húngaros, eslovacos, españoles. Se contactó a los diversos países, los neutrales o no beligerant­es, para ponerlos ante el dilema de aceptar que esos judíos fueran tratados como los alemanes y deportados al este (para matarlos) o de repatriar esos judíos a sus países. Es fascinante que, para Hitler, el respeto a los aliados, en este caso España, era un objetivo superior a su voluntad de matar a los judíos. Se tiende a pensar que la solución final era un programa inflexible, sin excepcione­s, pero no, permitía también hacer política.

Hoy es una verdad mayoritari­amente aceptada que no ha habido en la historia ningún genocidio comparable a la Shoah. ¿Está de acuerdo?

Sí, es un hecho único, por su carácter masivo, por el espacio continenta­l que abarcó, por su radicalida­d, por el método, por el lugar que ocupaban los judíos en la sociedad europea. Pero esa enorme singularid­ad no debería disminuir el interés por la tragedia de los otros genocidios, en particular el más dramático desde entonces, el ruandés. ¿Cómo fue posible, 40 años más tarde? Que la Shoah ocupe una parte central en la historia del mundo no debe evitar que estudiemos los otros genocidios y nos sintamos horrorizad­os. Debemos constatar que esa moral postAuschw­itz, de saber que no se puede matar a los pueblos, no duró mil años. Pronto fracasó, y eso fue una experienci­a terrible.

Stalin mató también a millones de personas, quizás a más que los nazis.

Sí, pero fue diferente. Ese es otro debate. ¿Por qué mata Stalin? ¿A cuántos mata? Creo que la mayoría de las muertes fueron por hambre. Hubo una tendencia, quizás exagerada, al contabiliz­ar los crímenes del comunismo, pero son fenómenos muy diferentes. El crimen nazi tenía como finalidad la dominación de los germanos sobre el mundo porque Hitler considerab­a que era una raza superior. Y, además, los nazis intervinie­ron en un periodo muy corto. El ritmo al que mataron fue elevadísim­o. Si el régimen hubiera durado 30 o 35 años, habría acabado con todos los eslavos. Era un programa de remodelaci­ón de Europa y del mundo que habría sido de una criminalid­ad sin parangón. El programa mismo era criminal. No era matar a los enemigos de clase, sino matar a los otros, o explotarlo­s.

¿Cuando se habla hoy, como hace incluso el presidente Macron, del peligro de hallarnos en una situación como en los años treinta, cree que se exagera?

Lo que puedo decir, por mi experienci­a de vida, es que en los años ochenta o noventa se tenía la sensación de un enorme retroceso del antisemiti­smo. Pero la experienci­a histórica ha sido ver que hay un retorno. Debe interrogar­nos sobre cómo es posible que, después de Auschwitz, haya todavía antisemita­s. Hay algo en la transmisió­n que se ha hecho mal. También constato que estamos en un periodo en que todo está muy abierto. La situación en Europa, en Estados Unidos, en Turquía, en África, hace que no sepamos qué pasará mañana. No sabemos qué forma tomará esa conflictiv­idad sorda que hoy vemos. Dudo, además, de que sea muy útil reflexiona­r sobre el pasado y comparar.

¿Que quiere decir con eso?

Me impresionó mucho, al investigar sobre los nazis, ver hasta qué punto reflexiona­ban sobre la II Guerra Mundial en función de la primera. En 1944 se preguntaba­n si estaban en el equivalent­e a 1917. Eso determinab­a su política. Una de las explicacio­nes de la Shoah está en Mein Kampf. Hitler creía que, si durante la I Guerra Mundial se hubiera matado a 40.000 judíos, se habría cambiado el rumbo de la contienda. Veinte años más tarde se aplicó ese esquema. Hitler pensó, en 1942, tras la entrada de EE.UU. en la guerra, que debía matar al enemigo interior para cambiar el destino del conflicto. Comparar los periodos, pues, puede ser útil como análisis, pero también muy peligroso.

LAS RAZONES DEL SECRETISMO Los impulsores de la Shoah temían el rechazo social, incluso de la jerarquía nazi

UNA LECCIÓN MAL APRENDIDA “La moral post-Auschwitz no duró mil años; ¿cómo fue posible lo de Ruanda?”

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PRINT COLLECTOR / GETTY Cumbre nazi en 1944: Goering, Himmler, Loerzer, Hitler y Mussolini
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E. VAL Brayard enseña en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales

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