La Vanguardia

Yo voto a Jameson

-

Viernes, 15 de febrero, mediodía. Un día sí y el otro también suelo, a esa hora, salir de casa y me voy al Oller a leer La Vanguardia, que pillo en el buzón de la puerta de casa: soy suscriptor. El Oller, como ustedes saben, si me leen, es el bar que hay en la esquina del paseo de Sant Joan con la calle Còrsega. Es un bar de 1929, como reza en la placa que figura en su entrada, una placa colocada por el Ayuntamien­to de esta ciudad hace diez, quince, veinte años, yo que sé. Cuando llegué al barrio, la terraza del Oller era como Dios manda, con sus mesas pegadas a la pared del edificio, frente a la estatua de ese Hércules de pacotilla, una de las estatuas más viejas y más ridículas de Barcelona y que como otras estatuas acabó por hallar acogida en el paseo de Sant Joan, al que yo suelo llamar, no sin razón, el cementerio de las estatuas. Pues bien, el viernes, cuando llegué al Oller, pocos minutos después de las doce, el camión ya estaba allí. Igual que el martes, el miércoles y posiblemen­te el jueves (digo posiblemen­te porque el jueves no pude ir a leer el periódico y a tomarme mi whiskey en el Oller como tengo por costumbre). El camión era un Renault de una empresa encargada de abastecer al OpenCor del paseo entre las calles Rosselló y Còrsega. Un camión dotado con una especie de cabezota, con la marca Carrier, destinada a mantener las mercancías camino del súper a una determinad­a, fresca temperatur­a, y que en la mesa del Oller en la que yo me encontraba, intentando leer mi periódico, me impedía concentrar­me en el editorial –hélas!, sin croissants, de nuestro director– debido al ruido insoportab­le que salía de esa cabezota.

El Renault de los c…, suele llegar al mediodía y se instala en el paseo esquina Còrsega, justo ante la puerta del Oller. Ello quiere decir que se coloca por donde debe pasar el bus municipal –que tiene su parada justo delante del OpenCor– y las ambulancia­s con destiEnton­ces no a Sant Pau. Lo dicho: llega el Renault de los c…, se coloca en la esquina de Còrsega, frente al Oller, y hace que los autobuses municipale­s, las ambulancia­s, los taxis, los coches y las motos se hagan un rinconcito a la izquierda al tiempo que evitan darse de hostias con las bicicletas y los patines que suben o intentan subir como ellos por el paseo.

Ignoro el horario señalado para que los camiones que deben alimentar a nuestros supermerca­dos realicen su labor. Si no recuerdo mal, años atrás ese horario solía ser entre las 8 y, a lo sumo, las 10 de la mañana. En cualquier caso antes del mediodía y mucho menos en calles como el paseo de Sant Joan con autobuses, ambulancia­s, taxis, coches y hoy bicicletas y patinetes. El martes, el miércoles y el viernes, mientras yo he estado en la terraza –es un decir– del Oller, el Renault de los c… ha marcado durante una hora, hora y media, la circulació­n ya de por sí compleja de aquella fuenteroto­nda, a la vez que con el ruido de su frigorífic­a cabezota nos ha fastidiado la mañana. Como si no tuviésemos bastante con las motos que cruzan ante nuestras mesitas –seis y a Dios gracias–, y las bicicletas y los patinetes del carajo y los perros que se mean y se cagan en la pared del edificio, donde desde tiempo inmemorial nos sentábamos nosotros, bajo nuestro toldo, hoy hecho una mierda y encima inutilizab­le, prohibido, salvo que caiga un chaparrón…

La alcaldesa Ada Colau es una vecina de mi barrio, vecina, creo, de la calle Còrsega. Recuerdo que antes, poco antes de que la nombrasen alcaldesa, coincidí con ella en la parada del metro del paseo de Sant Joan esquina Provença. yo todavía no llevaba bastón y las escaleras de aquella estación no me suponían ningún problema. Hoy, por desgracia, ya no es así: si no hay ascensor, si no hay escalera mecánica, prefiero no arriesgarm­e. Pues bien, en los años en que la señora Colau ha sido nuestra alcaldesa –y, al parecer, piensa repetir–, ninguno de nuestros accesos –más de cuatro– al metro que nos lleva a Sant Pau, que en un tiempo fue mi segunda residencia, han merecido la atención de dicha señora: ningún ascensor, ninguna escalera eléctrica. Y ahora la vergüenza del Oller, una terraza condenada a la Renault de los c…, a las motos, las bicis y los patines que cruzan ante y entre sus mesas, a los perros que se mean y se cagan donde, hace un par o tres de años, nosotros nos sentábamos, pegados a la pared del edificio, y que hoy se nos prohíbe para dejar paso a los invidentes. Hace tres años un invidente podía topar conmigo en mi mesa pegada a la pared. Yo me levantaba y le acompañaba hasta el semáforo para que pudiese seguir paseo arriba… Hoy, lo más probable es que el pobre invidente se dé de bruces con una moto o un patinete y, en el mejor de los casos, un perro le muerda el zapato o se le mee en una pierna.

Mientras el Renault de los c… está ahí marcando la circulació­n; mientras las motos, las bicis y los patinetes están ahí, riéndose (con razón) de nuestras seis mesitas, sin sombrillas, sin protección alguna; mientras los perros…, en todo este tiempo yo no he visto jamás ningún agente, ninguna criatura al servicio, a las órdenes de la señora Colau que intentase poner algo de orden, de seriedad, en esa pobre, triste terraza. Una terraza que nos obstinamos en creer que sigue siendo nuestra, nuestra terraza, todo y sabiendo que ya no lo es. “¿Votarás a la señora Colau?”, me pregunta mi vecina del segundo. Y yo le respondo: “Votaré, como siempre, a Jameson, mi viejo amigo irlandés, con el que todavía coincidimo­s en la terraza, vamos a llamarla así, del Oller”. ¿Hasta cuándo?

“¿Votarás a la señora Colau?”, me pregunta mi vecina del segundo; y yo le respondo: “Votaré a mi viejo amigo irlandés”

 ?? MANÉ ESPINOSA ?? Dos camiones dedicados al transporte de mercancías, en una calle del Eixample
MANÉ ESPINOSA Dos camiones dedicados al transporte de mercancías, en una calle del Eixample
 ?? JOAN DE SAGARRA ??
JOAN DE SAGARRA

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain