El rigor de los números municipales
JOAQUIM DE NADAL I CAPARÀ (1940-2019) Economista y concejal del Ayuntamiento de Barcelona
Cuando en 1968 comencé mis estudios de Medicina en el hospital de Sant Pau, tuve la ocasión de asistir a unas clases prácticas de medicina interna impartidas por el doctor Nadal. Las recuerdo como una verdadera delicia por su humanidad, inteligencia y buen sentido. Poco podía imaginar que años después mi vida se cruzaría con la del hijo del doctor Nadal. Así fue, cuando una década después, en la transición democrática, tuve la fortuna de conocer a Joaquim de Nadal i Caparà, joven economista en aquellos años en la Diputación y en la Generalitat provisional presidida por Josep Tarradellas. Eran los primeros días de la recuperada democracia.
Narcís Serra gana las elecciones en Barcelona y en su equipo de jóvenes profesionales incluye a Joaquim de Nadal, a quien conocía por coincidir uno como conseller, y el otro como secretario general técnico del gobierno Tarradellas. No hubo tiempo para celebraciones: no había dinero en la caja para pagar la primera nomina de final de mes a los funcionarios. Los sueños e ilusiones de aquellos profesionales progres no consistían precisamente en tener que lidiar con temas tan prosaicos y perentorios como ese. Pero la realidad se impuso.
Rápidamente, Joaquim de Nadal se convirtió en el economista de cabecera en el entorno del alcalde para resolver los complejos temas de la Hacienda municipal. Fue en esos días cuando le conocí. Yo estaba en Salud Publica lidiando con algunos casos de meningitis y sarampión. No había otra que entrar en materia a fondo desde el primer día, y aquí es donde Nadal destacó. Aprendió rápidamente a explicarnos las duras verdades presupuestarias. Sin levantar la voz ni ofender a nadie, fue tomando el control de la economía municipal
Pronto descubrimos que Quim se manejaba perfectamente en francés e ingles y empezó a abrir el camino de acceso del Ayuntamiento de Barcelona a los mercados financieros internacionales. Pasqual Maragall lo incorporó en su lista a las elecciones municipales del año 1983. Una vez superadas las necesidades de subsistencia económica y sin tiempo para las transiciones relajantes, estábamos ya subidos al carro de la candidatura olímpica.
Oriol Bohigas lo ha descrito muy bien en sus relatos del urbanismo en los barrios. Pero es que, ademas de mejorar los barrios, queríamos mejorar la escuela, la cultura, el deporte, la sanidad… Cerrábamos el asilo de la calle Wellington por indigno y, a la vez, queríamos unos servicios sociales al estilo europeo.
A finales de septiembre, después de las fiestas de la Mercè, era el momento de la preparación de los presupuestos del año siguiente, que debían ser aprobados en el ultimo plenario del año. En aquellos años no había lugar para su prórroga, ahora tan utilizada. La inflación, tanto de ingresos como de gastos, cambiaba demasiado los números.
En las segundas elecciones de Pasqual Maragall en 1987, ya con la candidatura olímpica ganada, fue el momento del despliegue de toda la red de iniciativas institucionales para gestionar la vida cotidiana de la ciudad a la vez que el proyecto olímpico. Sabíamos demasiado bien que la mayoría de las recientes ciudades olímpicas habían quebrado, desde México hasta Montreal. Y, de nuevo, Quim estaba en la sala de máquinas al lado del alcalde Maragall.
Por si la cosa no fuese suficientemente compleja, había estallado la crisis de la inseguridad ciudadana vinculada a la irrupción de la droga en nuestra ciudad, seguida del sida y la crisis de Ciutat Vella. Un cóctel explosivo que, con los atentados de ETA, salpicaba nuestra vida cotidiana y ponía dudas y sombras sobre la factibilidad del gran proyecto de transformación.
El alcalde Maragall me había pedido que tomase las responsabilidades de la recuperación de Ciutat Vella, y sin demasiados modelos teóricos previos nos lanzamos a crear la sociedad mixta Promoció Ciutat Vella, con tres mil millones de pesetas de capital. Pedirle a Nadal los 1.500 millones que debía aportar el Ayuntamiento fue, de nuevo, una experiencia inolvidable. Me encontré ante una persona serena e inteligente que conocía no tan sólo del valor del dinero sino que también entendía como utilizarlo a fondo en el momento oportuno.
Como nos recordaba anteayer su entrañable familia, su esposa Ana y sus hijas, al llegar a casa, Quim buscaba una brecha de “relajo” en la verdadera armonía de su piano. Fue un hombre culto, además de educado, que nos infundía con sus buenas maneras una gran dosis de serenidad ante las dificultades. Fue poco amigo de bromas demasiado explícitas o de expansiones inoportunas, pero con excelente humor inglés, algunas veces tocado de humor negro. Si Viladrau era su concesión a los aires de montaña, Cala Blanca de Menorca fue su recalada marinera.
Veranos luminosos y tiempo de y para la familia. Ninguna concesión a la vida social. Sencillez, buena música, bastante Ciutadella y poco Maó, como toca a los de la verdadera capital. Días de mar a bordo de la Xanaita, la pequeña menorquina que desde el Cap d’Artrutx le llevaba a la conquista del Arenal de Son Saura y, si el mar lo permitía, hasta la tierra mágica de las Macarellas.
Con un puro en la mano, logrando que la ceniza se alargase sin caer, como prueba de su maestría marinera, y con la mirada puesta en los pinos de la ribera, bajo el zumbar de las cigarras, era cuando sonreía, se relajaba y sabíamos que era feliz.
Feina ben feta, bon amic.
Fue responsable de la Hacienda de Barcelona en los años de Narcís Serra y Pasqual Maragall