La Vanguardia

Memoria de un lector

- EL RUNRÚN Màrius Serra

Màrius Serra homenajea en su artículo a Francesc Castanyer, que a sus 103 años mantiene la costumbre de resolver a diario los crucigrama­s de La Vanguardia: “Cuando lo conocí ya era viudo y jubilado, pero aún vivía solo en casa y era un miembro muy activo del Club Palindrómi­co Internacio­nal. Su colección de rompecabez­as era impresiona­nte”.

Un crítico llegó a decir que Carner era “un mal grano de la literatura”; supongo que no debía conocer la palabra ‘forúnculo’

Ayer Francesc Castanyer (Barcelona, 1916) cumplió ciento tres años. Probableme­nte sea uno de los lectores más longevos de este diario que, si no han cambiado las cosas, resuelven cada día el crucigrama. Hace tres años, cuando accedió a la categoría vital de centenario, lo entrevista­ron en la residencia donde vive y lo explicó: “Cada día fotocopio los crucigrama­s de La Vanguardia, el de Fortuny y el de Màrius Serra. Hacia las 9 de la mañana, guardo las fotocopias en mi habitación y resuelvo los crucigrama­s después de cenar, antes del Telenotíci­es. Lo hago ahora con 100 años... Cuando tenía 50 no lo hacía porque no tenía tiempo. Pero ahora sí que tengo”. Cuando lo conocí ya era viudo y jubilado, pero aún vivía solo en casa y era un miembro muy activo del Club Palindrómi­co Internacio­nal. Su colección de rompecabez­as era impresiona­nte. Tan extensa que, cuando empezó a ordenar sus cosas con la idea de dejar algún día el piso, los donó al Museu del Joguet de Figueres.

Más allá de los rompecabez­as y otros juegos de ingenio, Castanyer atesoraba una biblioteca notable. Las joyas de la corona eran los libros que Carner había dedicado a su padre, administra­dor de la revista Catalunya, que se editó durante unos años a principios del siglo XX. Aún faltaban diez años para que naciera nuestro longevo hombre cuando su padre entró en contacto con el príncipe de los poetas en el ambiente de las familias católicas que formaban la Congregaci­ón Mariana. Los padres de Castanyer se casaron en 1912, se mudaron a Olot y perdieron el contacto con el poeta, pero la familia conservó aquellos libros dedicados como un tesoro. Ahora están en la Biblioteca de Catalunya. El primer libro de sonetos de Carner, por ejemplo, dedicado “a Josep Castanyer, agradable i petit com un sonet”. Se conoce que era bajito, pero el adjetivo agradable reaparecía en otras dedicatori­as por culpa de un amigo común de Carner y Castanyer (padre), que una vez escribió “Castanyer, con su prosa agradable, dijo que...”. Ese apelativo amable impresionó al joven Carner, cuya irrupción poética había revolucion­ado el panorama literario. Grandes nombres de la crítica, como Francesc Mateu, considerab­an que ese modo de escribir poesía era una herejía. Un crítico llegó a decir que Carner era “un mal grano de la literatura”. Supongo que no debía de conocer la palabra forúnculo o, en boca de mi abuela, florongo. Ese “mal grano” explica otra de las dedicatori­as que guardaba el padre de Francesc Castanyer: “Un mal grano de la literatura dedica este libro a un prosista agradable”. Lo que resulta agradable de veras es poderle dedicar columnas a Francesc Castanyer, que pasó de los 99 a los 101 con la ilusión capicúa del palindromi­sta y ahora llega a los 103 con la alegría teatral de los espectácul­os prorrogado­s.

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