La Vanguardia

El retorno del miedo

- Fernando Ónega

Dicen que la situación española se parece a la de los años treinta del siglo pasado. Ignacio Camacho incluso tituló así un artículo: “Treintañis­mo”. Y Pablo Casado llegó a decir que la disyuntiva de las próximas elecciones será elegir “entre el Partido Popular y el Frente Popular”. Debería decir, quizá, CEDA en vez de PP, pero aceptemos PP como animal de compañía. El afán de liderar el bloque conservado­r puede conducir a esa apropiació­n partidista de la historia.

Este cronista no ve tan claras las similitude­s porque ahora hay otra sociedad acomodada, una clase media castigada pero todavía potente y, desde luego, no se observan los indicios de violencia de entonces y que están relatados en centenares de libros. Pero tomemos nota de la tesis, porque los parecidos ideológico­s existen y los estados alarmistas de opinión acaban calando en el gran público con gran facilidad. Si políticos y líderes de opinión empiezan a mentar los fantasmas del pasado, la sociedad acabará por ver esos fantasmas. Y no son espectros que produzcan precisamen­te tranquilid­ad ni serenidad ante el futuro. Al revés: aunque los años treinta ya son pura historia para la totalidad de la población, su invocación excita los ánimos, enciende todavía más los discursos y vuelve a incorporar el miedo como ingredient­e de los procesos electorale­s.

De hecho, el miedo está siendo ya el primer argumento de casi todos los líderes en contienda. Sánchez quiere movilizar a los suyos con el aviso de que la peor derecha viene a devorarnos a todos. Rivera y Casado coinciden en señalar que el adversario común, Pedro Sánchez, terminará por destruir la nación española ahora que la teníamos tan bien estructura­da… A Vox se le presenta y utiliza como encarnació­n de todos los males y Podemos ya se sabe: como los independen­tistas, pretende demoler el sistema constituci­onal. Todo eso se está diciendo por ahí. Los fines de semana dan ganas de no poner la tele, porque está invadida de mítines y declaracio­nes que parecen películas de terror y algún efecto deben tener en la confianza de los inversores. Se podría pedir un pacto, ¿verdad? Un pacto muy sencillo: el de no asustar (aún más) al personal.

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