La Vanguardia

Simone Biles, la mujer del año

Los Laureus premian a la estrella de la gimnasia artística, renacida tras el caso Larry Nassar

- SERGIO HEREDIA

En octubre, Simone Biles (21) fue más allá.

Parece increíble, pero es así. La mejor gimnasta de la historia se veía obligada a superarse. Vamos a explicarlo. Simone Biles se asomaba a los Mundiales de gimnasia artística en Doha. Era su regreso al escaparate internacio­nal. Llevaba cerca de un año fuera de los focos. Durante ese tiempo, se le habían llevado los demonios. Había roto con Aimee Boorman, la entrenador­a que le había dirigido los pasos desde la infancia. Y coleaba el caso Nassar: Biles también, ella también era una de las 150 víctimas del médico, un abusador sexual que pasará el resto de la vida en la cárcel.

Simone Biles entendía que aquel octubre, en Doha, era el momento. Volvía a escena. Y entonces, en la noche, fue a sentir un pellizco en el estómago.

Un dolor agudo. –Apendiciti­s –se dijo. La llevaron a un hospital de Doha. La ingresaron de urgencia. Le aplicaron un TAC. Identifica­ron una piedra en el riñón.

–¿Quiere que la operemos? –le preguntaro­n.

–¿Es imprescind­ible? –contestó ella.

–No lo es –le respondier­on. No se dejó operar.

Así que le dieron unos medicament­os y la devolviero­n al hotel.

–Ya me operaré cuando vuelva a casa –confesaría Biles a la prensa, días más tarde.

La charla con los periodista­s fue la confesión de un secreto. Biles había llevado el asunto de forma discreta. ¿Piedras en el riñón? ¿Alguien sabía algo? Y ahora, de su cuello colgaba un abanico de medallas. En Doha había ganado el concurso completo, el ejercicio de salto, el de suelo y el título por países. Ya tiene diez títulos.

A sus pies.

Como aún se está reponiendo de su cirugía, y como se abre un charco entre Estados Unidos y Mónaco, no vimos a Biles ayer.

A los organizado­res de los premios Laureus les importó poco, o nada. La convirtier­on en la mejor deportista del año. A ella, a Biles, mujer cuyo recorrido vital es sinuoso, repleto de aventuras. Volvamos a Aimee Boorman. Biles tenía seis años cuando entraba en Bannon’s Gymnastix, un gimnasio en Houston. Era una visita ocasional en un día libre. Vio a los niños saltando y volando, y volvió a casa con la decisión tomada: sería gimnasta.

Para entonces, Biles ya vivía con sus abuelos maternos. El padre había abandonado a la familia. La madre iba y venía de aquí para allá con cuatro hijos y un padrastro que apenas atendía a las criaturas.

Boorman trabajaba en Gymnastix. Los abuelos vieron allí una ventana. Inscribier­on a la niña en el gimnasio e hicieron del lugar una suerte de guardería. Boorman se convirtió en su segunda abuela.

La cosa funcionó. Biles era una gimnasta especial. Más potente que el resto.

–Biles es un cañón. En la gimna- sia artística femenina no ha habido nunca nadie como ella –contaba Gervasio Deferr, hace unos años, a este diario.

De la mano de Boorman, Biles alcanzó los Juegos de Río, hace dos años y medio. En el ámbito de la gimnasia, no se habló de otra cosa en Brasil. Biles se llevó cuatro títulos. Se convirtió en una gimnasta determinan­te.

Luego vino la época oscura. La gimnasiaes­tadouniden­sesedeprim­ió. Explotó el caso Nassar.

Era el médico de muchas de las gimnastas del país. Un abusador sexual. Se probaron sus delitos. Apareciero­n 150 víctimas. Entre ellas estaba Biles.

En ese periodo, Boorman decidió

DESDE LAS TINIEBLAS

El 2017 había sido un año crítico para Biles: rompió con su técnico y se destaparon los abusos de Nassar

marcharse a Florida. Biles tuvo que reinterpre­tarse. Se puso en manos de Laurent Landi. Se adaptaron el uno al otro. Y siguieron adelante.

–¿Por qué Biles es la mejor? –le preguntaro­n a Landi.

–Porque se atreve a probar cosas que nadie más hace.

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