La Vanguardia

Pasión por los nomencláto­res

- Quim Monzó

Hay personas a las que les sale urticaria cuando alguna calle cambia de nombre. Hace décadas, cada vez que pasaba, los que vivían en ella se quejaban de que el cambio les obligaba a imprimir tarjetas nuevas, y papeles de carta nuevos, y sobres nuevos. Pero ahora que todo quisqui se comunica por correo electrónic­o –y ya hasta el correo electrónic­o parece antiguo–, la excusa no cuela. En la plantilla con tus datos que utilizas para enviar misivas más o menos serias, para cambiar el nombre de la calle con un minuto te basta y sobra. Otros alegan razones sentimenta­les:

–Siempre he llamado así a mi calle. No veo por qué ahora tengo que llamarla de otra forma.

Pues a mí me gusta que cambien de nombre. A comienzos de los setenta me lo pasé pipa con un reportaje que publicó el diario Tele/eXpres sobre las cloacas de Barcelona. Aparecían las vías subterráne­as, que reseguían el trazado de las calles reales, las que veíamos cada día, pero con letreros en las paredes en los que constaban los nombres que habían tenido antes de la llegada del franquismo. Nada de Rosellón o Avenida de José Antonio

A algunos les sale urticaria cada vez que una calle cambia de nombre; a mí me encanta

Primo de Rivera, sino Rosselló y Avinguda de les Corts Catalanes. Que bajo las calles que cada día pisábamos hubiera un mundo escondido –lleno de aguas fecales– que reproducía la ciudad pero con otro nomencláto­r te daba ganas de saber más de su evolución. Llegado lo que ahora llaman régimen del 78, aquello fue un festival. Desapareci­ó la avenida Generalísi­mo Franco para pasar a llamarse Diagonal, como la generación de nuestros padres la había llamado siempre. Para rabia de muchos taxistas de la época, también desapareci­eron Infanta Carlota, Calvo Sotelo...

Ahora, el Ayuntamien­to ha aprobado el cambio de denominaci­ón de la avenida Príncep d’Astúries, que –tal como los vecinos reclamaban desde hacía tiempo– recupera su nombre popular: Riera de Cassoles. Si la Riera Alta y la Riera Blanca tienen derecho a llamarse así, ¿por qué no la Riera de Cassoles? También han modificado el nombre de la calle Secretari Coloma, que volverá a llamarse Pau Alsina, como desde 1922 hasta que Franco decidió que era improceden­te. Como era de prever, hay cuñadistas que critican la medida, que consideran innecesari­a y que reabre heridas. Ya se apañarán. Como el príncipe de Asturias ya sé quién es, a mí los cambios me han servido para saber quién era Pau Alsina: un trabajador del textil, dirigente obrero que participó en la revolución de 1868, que tuvo que exiliarse en Francia y que, cuando pudo volver, entre otras cosas fue senador y acabó su vida como conserje de un museo. Ahora sólo tengo que memorizar su nombre, ya que, como mi oftalmólog­o está en la esquina de esa calle con Mare de Déu de la Salut, cuando coja un taxi para ir pueda decir con nitidez: “A Pau Alsina con Mare de Déu de la Salut, por favor”. Y mira que cuando empecé a ir –hace unos meses– me costó meterme en la cabeza el del tal Coloma, secretario del glorioso Tribunal del Santo Oficio de la Inquisició­n.

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