La Vanguardia

Arqueologí­a pop

- Julià Guillamon

Me enteré por casualidad. Husmeando entre los papeles del escritor Joan Perucho encontré una tarjeta de Gervasio Gallardo, el diseñador e ilustrador de quien hablé aquí la semana pasada. Le decía que las cosas le iban muy bien, que trabajaba mucho (fue dibujante de las revistes Elle y Lui, que en los años sesenta incorporar­on a artistas y contribuye­ron a difundir en Europa el pop art) y estaba a punto de abrir un bar. ¿Un bar? Era 1967 y el bar era Les gens que j’aime, de la calle València, entre paseo de Gràcia y Pau Claris. Mira que me gustan los bares, pero en Les gens que j’aime nunca había entrado. Estaba en un sótano oscuro, no se veía al pasar y si lo veías te parecía un bar de parejas.

En 1998 organicé una exposición sobre Joan Perucho, removimos muchas cosas de la época pop, en la que Perucho participó como novelista, crítico de arte y editor. Le pedí a Leopoldo Pomés que diseñara el espacio. Y en medio de aquel revival popero, una noche, después de cenar y de fumarme un puro, bajé las escalerita­s de Les gens que j’aime con una amiga y tomamos allí unas copas. Menuda sorpresa: estaba igual que en 1967. Y como soy un chico aplicado y me sabía la época, reconocí un montón de detalles intactos de la cultura pop, camp y neoliberty de los sesenta. Estaba tan contento en mi taburete, que le comenté al camarero: “Caramba, qué sitio. Menudo gusto tenía Gervasio Gallardo” “¿Quién?” –me respondió–. Entendí que el bar no era de Gallardo desde hacia años. Lo habían mantenido igual, porque funcionaba y por inercia, pero ni los que trabajan allí podían decir con propiedad en que consistía el invento.

Después de escribir sobre el diseño de Gervasio Gallardo el pasado jueves, ayer volví a bajar las escalerita­s y me tomé una copa en Les gens que j’aime. Y, oh maravilla, está igualito que hace veinte años. Esta vez desistí de charlar con el camarero y me instalé en una mesa. Estaba rodeado de butacas desapareja­das, forradas de terciopelo rojo, fotografía­s de gente desconocid­a dedicadas a gente desconocid­a, postales enmarcadas con marcos de casa de la abuelita. En el fondo, un asiento con unas lunas de probador y una especie de consola con un cristal emplomado. Es la moda de 1967 cuando, imitando el camp que venía de Londres y de Estados Unidos, los jóvenes iban a buscar a los Encantes los muebles modernista­s que nadie quería y que se podían comprar por cuatro chavos. En una ciudad en la que todo desaparece o si no desaparece está falsificad­o, entrar en Les gens que j’aime equivale a filtrarse por una grieta espacio-temporal. Miro la página web en el móvil y veo que los propietari­os actuales lo definen como un lugar bohemio y modernista, con muebles isabelinos: ninguna referencia al pop. Me siento un poco Lord Carnarvon. Pago la cerveza y voy saliendo. En la pared de la escalerita, veo unas fotos del día de la inauguraci­ón, con Teresa Gimpera, rizada y guapísima, y Gervasio Gallardo acompañado por unas modelos con unos carteles que ponen Gallardo show. Parece aquella fotografía del bar de El Resplandor. Les gens que j’aime. Desde 1967.

Después de escribir sobre Gervasio Gallardo la pasada semana he ido a tomarme una copa en su bar

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